Detener la autodestrucción de la humanidad. ¿Qué hacer? Mu-Kien A Sang Ben analiza.


Suelo escuchar con frecuencia las afirmaciones de que las personas somos buenas o malas por
 naturaleza...Mukien Adriana Sang Ben nos presenta una síntesis de estas dos ideas a nivel del pensamiemnto filosófico, político, histórico. Y hace un planteamiento personal en este sentido. Es una lectura formativa e instructiva ¡A leer!

Mildred Dolores Mata

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ENCUENTROS

¿Bueno o malo? La gran pregunta.  Reflexión final

Mukien Adriana Sang Ben

Por: Mu-Kien Adriana Sang

Elegir es muy preciso.
Tras la elección construir
Destruir es necesario,
esa daga nos desangra.
Ante todo manos fuertes,
decisión imperturbable,
voluntad como el acero,
así se hará el mundo nuevo.
Y no solo será nuevo
Será nuevo... y mejor.
Lucha, pues, hermana mía.

Humildad, valor,... amor.
 Abraxas Caxas

No quiero convertir esta serie de artículos en una clase de Historia de las Ideas Políticas, como me dijo una persona que fue mi alumna en esa asignatura.  No era, ni es mi pretensión hacer una cátedra magistral convertida en monólogo solitario.

Esta serie de artículos ha sido motivada por una inquietud existencial, no intelectual. Repito, no puedo aceptar pasivamente lo que está pasando en el mundo. Me atormenta la simple pregunta ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué nos abocamos a la guerra? ¿Por qué alimentamos el odio? ¿Por qué no somos solidarios? ¿Por qué somos incapaces de fomentar el amor y la ternura?.

Recurrí al planteamiento de algunos pensadores buscando respuestas. Confieso que no las encontré, sino que surgieron nuevas preguntas.  Recordé en mi búsqueda a Thomas Hobbes, el padre del Absolutismo Monárquico, el hombre que, como Maquiavelo, estaba convencido de que el ser humano es malo por naturaleza, y por esta razón debíamos hacer un pacto con el Soberano quien nos aseguraba, haciendo uso del poder absoluto, que no nos autodestruyéramos; exigiendo a cambio fidelidad y sumisión sin límites. Pensé también en John Locke, el padre del concepto de sociedad civil y del gobierno civil; defensor, a diferencia de Hobbes y Maquiavelo, de la bondad humana por nacimiento, pero que necesitaba leyes para su convivencia.  Rousseau siguió los mismos pasos de Locke, y en su libro Emilio, expuso cómo la sociedad es capaz de modificar esa bondad natural, razón por la cual abogaba por la educación, como única salida.

En el siglo XIX nacieron, entre otras, las teorías liberales y las marxistas. La primera abogaba por la libertad absoluta en todos los planos, pero no planteaban nada acerca de la condición humana.  En el caso de la teoría marxista, lo que sostiene, como lo hizo Maquiavelo siglos antes, que los seres humanos defienden los intereses de las clases a las que pertenecen y  otorgaban todas las  bondades a las clases trabajadoras. El motor de la historia, decían, era la lucha de clases; porque los conflictos sociales entre amo-esclavo; siervo-señor feudal y obrero-burgués constituían la clave para el avance de  la historia en un camino que nacía en el inicio de los tiempos y terminaría cuando la sociedad llegara a la construcción del comunismo, el último estadio de la historia.  En el siglo XIX nació también el pensamiento idealista de Hegel, considerado el padre de la dialéctica y cuyos principios fueron asumidos por los marxistas, pero invirtiéndolos, pues para Hegel lo real eran las ideas, para Marx era la economía y sus relaciones sociales. Por supuesto la teoría marxista que caló profundamente en la juventud del siglo XX tuvo sus grandes opositores teóricos. Uno de ellos fue Karl Popper quien criticaba el determinismo histórico por el que abogaba, negando así la misma dialéctica que defendía.  Y uno de los más populares fue Francis Fukuyama que celebró por todo lo alto el triunfo del capitalismo y el fracaso del comunismo.

El siglo XX, ya lo he dicho en otras oportunidades, no se caracterizó por el nacimiento de nuevos pensamientos. Así como el siglo XIX parió verdaderas ideas que transformaron el mundo; este siglo se caracterizó por las guerras, el desarrollo económico y tecnológico. Las luchas entre el este y el oeste fue vencida a finales de los 80, al derrumbarse el muro de Berlín, símbolo de la cortina de hierro. El capitalismo triunfó y se hizo dominante en el mundo, imponiendo a cada rincón la cultura del espejismo desarrollador, donde lo importante no es el ser ni el pensar, sino la acumulación de dinero y bienes.
Sin embargo, hemos visto rupturas en las sociedades "ideales" de occidente. El movimiento hippie de los 60 fue una respuesta, incorrecta a mi manera de ver, a  la política armamentista norteamericana, de ahí su frase "Haga el amor, no la guerra".  La creciente tendencia hacia la cultura y filosofía oriental es una evidencia de la necesidad de buscar respuestas al vacío existencial que ha dejado la cultura de las luces superficiales del confort occidental.  Es más, y hago un planteamiento atrevido, el surgimiento de muchas religiones, oportunistas algunas e ideadas por malhechores vestidos de corderos, nos muestra que una gran parte de la sociedad exige cambios profundos en las religiones dominantes.

Una mirada somera a estos pensamientos y acontecimientos evidencia que desde el inicio de los tiempos, el ser humano está inconforme: inconforme con la sociedad recibida, inconforme con los resultados de sus luchas, inconforme con los dueños de la situación que han impuesto sus visiones acordes siempre a sus intereses.  Evidencia también el sueño, es más, la profunda aspiración de contar con un mundo mejor.  El hecho que los hindúes celebren sus muertos es la materialización de la esperanza de que el mundo desconocido es mucho mejor que el que dejó.  La mitología platónica nacida del mundo de las cavernas como el lugar mágico y maravilloso de Tomás Mora en Utopía; o el ideal absoluto de Hegel o el comunismo marxista, nos muestran ¡una vez más! la inconformidad y la necesidad de construir un mundo mejor.

Teorizaciones aparte, habla ahora la mujer que escribe estas líneas.  Como mujer creyente profunda en Dios, creo en la bondad humana; creo en la maravilla de la creación y estoy convencida que a través de los años se han producido milagros extraordinarios que han cambiado vida.  Sin embargo, la historiadora constata que el sacrificio de Cristo, crucificándose ante la cruz para redimir nuestros pecados ha sido mancillado con la conducta humana, en la cual ha prevalecido la envidia, la ambición y el deseo de dominio y control hacia el resto de la humanidad, sometiendo a las grandes mayorías a la voluntad de una sola persona. 

Como historiadora constato tristemente que  la historia de la humanidad se ha escrito con sangre y lágrimas, que las grandes revoluciones, nacidas de hermosos sentimientos de transformación culminaron en el otorgamiento del poder a líderes autoritarios  y sanguinarios. Solo unos ejemplos para edificar: el proceso de independencia de la India, Mahatma Gandhi, su líder, fue asesinado por un grupo minoritario, el resto ya lo conocemos.  La gran revolución rusa que dio al traste con el sangriento dominio de los Romanov. Las luchas internas trajeron como consecuencia el destierro de Trotski y el dominio sanguinario de Stalin, responsable de millones de muertes en Rusia y otros países europeos.  La gran revolución comunista en China, que buscaba la mejoría de ese pueblo golpeado y hambriento, cayó en manos del llamado grupo de los 12, y la mal llamada "revolución cultural" estuvo "acompañada" de más muertes y más dolor. No vayamos más lejos, la Revolución Haitiana, la primera revolución de esclavos en América, trajo consigo crisis y batallas internas por el poder, hasta que cayó en manos del Rey Cristóbal.

No sabría qué responder. Mi naturaleza humana me hace soñar como lo hizo Platón y Moro. Mis conocimientos de la historia entonces me obligan a llorar por esta humanidad que se autodestruye.

En los días que nos quedan
la mirada ofensiva y territorial
será la daga pequeña y brutal
que sabremos destruir.

Indagando en un muestrario
abaratado y pertinaz
quizás podamos elegir
un mundo mejor. 


Carmen Martínez Martínez

sangbenmukien@gmail.com