Acá el discurso de Kamala Harris:
elegida vicepresidenta de EE. UU., un honor a las mujeres y los esfuerzos por
la igualdad, la inclusión, también, de las y los inmigrantes, y la ruptura con
el racismo.
Domingo, 8 de noviembre 2020.
Kamala Harris: Saludos, Estados Unidos.
Es un verdadero honor hablar con ustedes.
Que esté aquí esta noche es testimonio de
la dedicación de generaciones antes que yo. Mujeres y hombres que creían
firmemente en la promesa de igualdad, libertad y justicia para todos.
Esta semana marca el centenario de la
aprobación de la decimonovena enmienda. Y celebramos a las mujeres que lucharon
por ese derecho.
Sin embargo, a muchas de las mujeres negras
que ayudaron a asegurar esa victoria se les prohibió votar mucho después de su
ratificación.
Pero no se dejaron intimidar.
Sin fanfarrias ni reconocimiento, se
organizaron, testificaron, se manifestaron, marcharon y lucharon, no solo por
su voto, sino por un lugar en la mesa. Esas mujeres y las generaciones que
siguieron trabajando para hacer que la democracia y las oportunidades fueran
reales en la vida de todos los que vinimos después.
Allanaron el camino para el liderazgo
pionero de Barack Obama y Hillary Clinton.
Y esas mujeres nos inspiraron a tomar la
posta y seguir luchando.
Mujeres como Mary
Church Terrell y Mary McCleod Bethune. Fannie Lou Hamer y Diane Nash. Constance
Baker Motley y Shirley Chisholm.
A menudo no nos enseñan sus historias. Pero
como estadounidenses, todos nos levantamos sobre sus hombros.
Hay otra mujer, cuyo nombre no se conoce,
cuya historia no se comparte. Otra mujer sobre cuyos hombros me levanto. Y esa
es mi madre, Shyamala Gopalan Harris.
Vino aquí desde India a los 19 años para
perseguir su sueño de curar el cáncer. En la Universidad de California Berkeley
conoció a mi padre, Donald Harris, quien había venido de Jamaica para estudiar
economía.
Se enamoraron de la manera más
estadounidense, cuando marchaban juntos por la justicia en el movimiento de
derechos civiles en la década de 1960.
En las calles de Oakland y Berkeley, vi
desde mi cochecito de bebé cómo la gente se metía en lo que el gran John Lews
llamaba “buenos problemas”.
Cuando tenía cinco años, mis padres se
separaron y mi madre nos crió principalmente por su cuenta. Como tantas otras
madres, trabajaba las 24 horas del día para que funcionara, empacaba almuerzos
antes de que despertáramos y pagaba las facturas después de acostarnos. Nos
ayudaba con la tarea en la mesa de la cocina y nos llevaba a la iglesia para
practicar con el coro.
Ella hizo que pareciera fácil, aunque sé
que nunca lo fue.
Mi madre nos inculcó a mi hermana Maya y a
mí los valores que marcarían el curso de nuestras vidas.
Nos crió para ser mujeres negras fuertes y
orgullosas. Y nos crió para conocer y estar orgullosas de nuestra herencia
india.
Nos enseñó a poner a la familia primero: la
familia en la que naciste y la familia que eliges.
Familia es mi esposo Doug, a quien conocí
en una cita a ciegas organizada por mi mejor amiga. Familia son nuestros
hermosos hijos, Cole y Ella, quienes, como acaban de escuchar, me llaman Momala.
Familia es mi hermana. Familia es mi mejor amiga, mis sobrinas y mis ahijados.
Familia son mis tíos, mis tías y mis chithis. Familia es la señora
Shelton, mi segunda madre, quien vivía a dos puertas y ayudó a criarme. Familia
es mi amada Alpha Kappa Alpha… nuestros Nueve Divinos… y mis hermanos y
hermanas de las facultades y universidades históricamente negras. Familia son
los amigos a los que recurrí cuando mi madre —la persona más importante en mi
vida— falleció de cáncer.
E incluso cuando nos enseñó a mantener a
nuestra familia en el centro de nuestro mundo, también nos empujó a ver el
mundo más allá de nosotras mismas.
Nos enseñó a ser conscientes y compasivas
con las dificultades de todas las personas. A creer que el servicio público es
una causa justa y que la lucha por la justicia es una responsabilidad
compartida.
Eso me llevó a convertirme en abogada, en
fiscala de distrito, en fiscala general y en senadora de Estados Unidos.
Y en cada paso del camino, me han guiado
las palabras que pronuncié desde la primera vez que me paré en un tribunal:
Kamala Harris, en representación del pueblo.
He luchado por los niños y las
supervivientes de agresión sexual. He luchado contra bandas transnacionales. Me
enfrenté a los bancos más grandes y ayudé a derribar una de las mayores
universidades con fines de lucro.
Reconozco a un depredador cuando lo veo.
Mi madre me enseñó que el servicio a los
demás da un propósito y un significado a la vida. Y, oh, cómo desearía que
estuviera aquí esta noche, pero sé que me está mirando desde arriba. Sigo
pensando en esa mujer india de 25 años —con su metro cincuenta de estatura—
quien me dio a luz en el hospital Kaiser en Oakland, California.
Ese día, probablemente no imaginó que yo
estaría ahora de pie ante ustedes pronunciando estas palabras: acepto su
nominación para vicepresidenta de Estados Unidos de América.
Acepto, comprometida con los valores que
ella me enseñó. Con la palabra que me enseña a guiarme por lo que creo y no por
lo que veo. Y con una visión transmitida a través de generaciones de
estadounidenses, una que Joe Biden comparte. Una visión de nuestra nación como
una comunidad de amor, donde todos son bienvenidos, sin importar cómo nos
vemos, de dónde venimos o a quién amamos.
Un país en el que puede que no estemos de
acuerdo en todos los detalles, pero en el que nos une la creencia fundamental
de que cada ser humano tiene un valor infinito y es merecedor de compasión,
dignidad y respeto.
Un país en el que nos cuidamos unos a
otros, en el que nos levantamos y caemos como uno solo, en el que afrontamos
nuestros retos y celebramos nuestros triunfos, juntos.
Hoy… ese país se siente distante.
El fracaso de Donald Trump en el liderazgo
ha costado vidas y empleos.
Si eres un padre que tiene dificultades con
el aprendizaje a distancia de tu hijo, o eres un profesor que lucha al otro
lado de esa pantalla, sabes que lo que estamos haciendo ahora mismo no está
funcionando.
Y somos una nación que está de duelo.
Llorando la pérdida de vidas, la pérdida de trabajos, la pérdida de
oportunidades, la pérdida de normalidad y, sí, la pérdida de certezas.
Y aunque este virus nos afecta a todos,
seamos honestos: no es un agresor que haga daño de forma equitativa. Negros,
latinos e indígenas están sufriendo y muriendo de forma desproporcionada.
Esto no es una coincidencia. Es efecto del
racismo estructural.
De las desigualdades en la educación y la
tecnología, la atención de la salud y la vivienda, la seguridad laboral y el
transporte.
De la injusticia en la atención de la salud
reproductiva y materna. Del uso excesivo de la fuerza por parte de la policía.
Y de nuestro sistema de justicia penal más amplio.
Este virus no tiene ojos, pero sabe
exáctamente cómo nos vemos y cómo nos tratamos unos a otros.
Y seamos claros: no hay vacuna contra el
racismo. Tenemos que hacer el trabajo.
Por George Floyd. Por Breonna Taylor. Por
las vidas de muchos otros nombres que quedan por pronunciar. Por nuestros
hijos. Por todos nosotros.
Tenemos que hacer el trabajo para cumplir
esa promesa de justicia igualitaria bajo la ley. Porque ninguno de nosotros es
libre… hasta que todos seamos libres…
Estamos en un punto de inflexión.
El caos constante nos deja a la deriva. La
incompetencia nos hace sentir miedo. La insensibilidad nos hace sentir solos.
Es mucho.
Y esta es la cuestión: podemos hacerlo
mejor y merecemos mucho más.
Debemos elegir un presidente que traiga
algo diferente, algo mejor y que haga el trabajo importante. Un presidente que
nos reúna a todos —negros, blancos, latinos, asiáticos, indígenas— para lograr
el futuro que queremos colectivamente.
Debemos elegir a Joe Biden.
Conocí a Joe como vicepresidente. Conocí a
Joe en la campaña electoral. Pero primero conocí a Joe como el padre de mi
amigo.
El hijo de Joe, Beau, y yo fuimos fiscales
generales de nuestros estados, Delaware y California. Durante la Gran Recesión,
hablábamos por teléfono casi a diario, trabajando juntos por recuperar para los
propietarios de las casas los miles de millones de dólares de los grandes
bancos que embargaban los hogares de la gente.
Y Beau y yo hablábamos de su familia.
De cómo, como padre soltero, Joe pasaba
cuatro horas diarias en el tren de Wilmington a Washington. Beau y Hunter
desayunaban todas las mañanas con su papá. Se iban a dormir todas las noches
con el sonido de la voz de él leyendo cuentos para dormir. Y mientras
soportaban una pérdida indescriptible, estos dos niños pequeños siempre
supieron que eran profunda e incondicionalmente amados.
Y lo que también me conmovió de Joe es el
trabajo que hizo, mientras iba y venía. Este es el líder que escribió la Ley de
Violencia contra las Mujeres, y promulgó la Prohibición de las Armas de Asalto;
quien, como vicepresidente, implementó la Ley de Recuperación, que ayudó a
nuestro país a salir de la Gran Recesión. Defendió la Ley de Cuidado de Salud a
Bajo Precio, protegiendo a millones de estadounidenses con condiciones
preexistentes; pasó décadas promoviendo los valores estadounidenses en todo el
mundo, defendiendo a nuestros aliados y enfrentándose a nuestros adversarios.
Ahora mismo, tenemos un presidente que
convierte nuestras tragedias en armas políticas.
Joe será un presidente que convierte
nuestros desafíos en propósitos.
Joe nos unirá para construir una economía
que no deje a nadie atrás. Donde un trabajo bien pagado es el suelo, no el
techo.
Joe nos unirá para terminar con esta
pandemia y asegurarse de que estamos bien preparados para la próxima.
Joe nos unirá para enfrentar y desmantelar
la injusticia racial, fomentando el trabajo de generaciones.
Joe y yo creemos que podemos construir esa
comunidad de amor, una que sea fuerte y decente, justa y amable. Una en la que
todos podamos reconocernos a nosotros mismos.
Esa es la visión por la que lucharon nuestros
padres y abuelos. La visión que hizo posible mi propia vida. La visión que hace
que la promesa estadounidense —con todas sus complejidades e imperfecciones—
sea una promesa por la que vale la pena luchar.
No se equivoquen, el camino a seguir no
será fácil. Vamos a tropezar. Puede que nos quedemos cortos. Pero les prometo
que actuaremos con valentía y afrontaremos nuestros retos con honestidad.
Diremos la verdad. Y actuaremos con la misma fe en ustedes que la que pedimos
que pongan en nosotros.
Creemos que nuestro país —todos nosotros—
se mantendrá unido por un futuro mejor. Ya lo estamos haciendo.
Lo vemos en los médicos, las enfermeras,
los trabajadores de la salud a domicilio y los trabajadores de primera línea
que arriesgan sus vidas para salvar a gente que nunca habían conocido.
Lo vemos en los maestros y los camioneros,
los trabajadores de las fábricas y los agricultores, los trabajadores postales
y los trabajadores electorales, todos arriesgando su propia seguridad para
ayudarnos a superar esta pandemia.
Y lo vemos en muchos de ustedes que están
trabajando, no solo para ayudarnos a superar nuestras crisis actuales, sino
también para llegar a un lugar mejor.
Algo está sucediendo en todo el país.
No se trata de Joe o de mí.
Se trata de ustedes.
Se trata de nosotros. Gente de todas las
edades, colores y credos que se están, sí, tomando las calles, y también
persuadiendo a nuestros familiares, reuniendo a nuestros amigos, organizando
nuestros vecindarios y acudiendo a votar.
Y hemos demostrado que, cuando votamos,
ampliamos el acceso a la atención médica, ampliamos el acceso a las urnas y
aseguramos que más familias trabajadoras puedan vivir dignamente.
Estoy tan inspirada por una nueva
generación de liderazgo. Nos están empujando a comprender los ideales de
nuestra nación, empujándonos a vivir los valores que compartimos: decencia y
equidad, justicia y amor.
Ustedes son los patriotas que nos recuerdan
que amar a nuestro país es luchar por los ideales de nuestro país.
En estas elecciones tenemos la oportunidad
de cambiar el curso de la historia. Todos estamos en esta lucha. Tú, yo y Joe…
juntos.
Qué gran responsabilidad. Qué increíble
privilegio.
Así que, luchemos con convicción. Luchemos
con esperanza. Luchemos con confianza en nosotros mismos, y con un compromiso
con los demás, con el Estados Unidos que sabemos que es posible, el Estados
Unidos que amamos.
Dentro de unos años, este momento habrá
pasado. Y nuestros hijos y nuestros nietos nos mirarán a los ojos y nos
preguntarán: “¿Dónde estabas cuando había tanto en juego?”.
Nos preguntarán: “¿Cómo fue?”.
Y les contaremos. Les diremos no solo cómo
nos sentimos.
Les diremos lo que hicimos.
Gracias. Que Dios los bendiga. Y que Dios
bendiga a Estados Unidos de América.