El cuerpo casi doblado de Anna,cuando caminaba hacia la plaza, revelaba tristeza. La contemplé durante un tiempo largo. Sentí deseo de ir hacia ella, llevarla hacia la grama, acostarme a su lado, mirar hacia el cielo, y luego llorar. Pensé en invitarla, descansar ante tantas frustraciones, y quedarnos surante días a la orilla del mar. Su cuerpo alto, delgado, mostraba un ser luchador y limpio. Anna tenía treinta y dos años, su piel trigueña estaba hidratada, y su terso cutis se movía en la brisa, mojado por las lágrimas.
Pero yo debía irme para tomar la guagua y comenzar a trabajar en el Centro de alineamiento de carros y de venta de gomas. Sólo cuando retorné a la casa de mi madre, en la tardecita , volví a recordarla. ¿Dónde estará ahora?
El no poder dedicarle tiempo a ella era lo que me hacía sentir más desdichado, en estos duros momentos, para ella, y para mí, porque la amo.
-Mañana me dedicaré en cuerpo y alma a ella, seré feliz, no importa si pierdo el trabajo-. Me desnudé, no quise bañarme, me quedé dormido mientras veía un poco de televisión.
Al día siguiente, a mitad de la mañana, pude encontrarla reclinada, casi acostada, en la hamaca que colgaba en el patio de la casa de Doña Candita, su madre.
-¿Estás de vacaciones?-, me preguntó amablemente, cuando me acerqué a ella.
-No he ido a trabajar, te buscaba-. Su rostro se volvió sombrío, y de nuevo se quedó ensimismada. Quise quitarle la pesadumbre, verla reír. Ella parece que notó mi esfuerzo en ese sentido. Sin decir nada, se levantó de la hamaca, se puso a mi lado, y me dijo:
-Vamos, me preocupa que estés triste, te voy a dar ánimo para que retornes a tu trabajo-. Caminamos juntos, llegamos al Centro de gomas, me despidió moviendo las manos, mientras sus pasos, anestesiados por el dolor, asombraban al resplandeciente sol del Caribe.
En la tardecita, la encontré en su casa. Con voz temblorosa por la emoción me narró que su tío Daniel le había conseguido dinero para operar a su hija, le regaló una casa, y le puso una cuenta en el banco para salir de sus deudas. Su hermoso rostro resplandecía de satisfacción. Más yo no sentía igual, aún así quise acostarme a su lado, mirar el cielo, recostados ambos uno al lado del otro, sobre la grama húmeda, quedarnos durante días a la orilla del mar.
-Nos podemos mudar juntos en mi nueva casa- me dijo mirándome fijamente, con sus pequeños ojos de color miel.
Sentí miedo de que su tío fuera a pensar que era un aprovechado. Cortésmente le dije,
-viviremos juntos cuando mi situación económica mejore, y pueda pagar una casa. La consolé lo mejor que pude, cuando vi asomar manchas de sal y agua sobre sus mejillas.
Anna se retiró triste hacia adentro de la casa, y yo no pude evitarlo. Me alejé, volví a mi casa, y solo, mirando el techo, refrescado por el abanico, pensé durante horas sobre el orgullo, sobre el no atreverme a hablar para conocer el pensamiento de su tío sobre el que nos mudásemos juntos. Pensé también sobre una charla que escuché hace tres meses sobre una nueva masculinidad. En fín, no me sentía seguro, y ahora era yo quien estaba triste. -Seguiré mis estudios de noche con mucho más afán-, me dijo con ánimo de consolarme.
-Si no existiera el machismo, quizás podríamos ser feliz, ahora-, pensé para mis adentros. Me devestí mecánicamente Mis pies me llevaron hasta el baño. Después de desnudo, lloré quedamente, porque a pesar de todo, podía llorar; en esa parte ya no era machista, como malamente me habían criado en mi ciudad pequeña del Santiago caribeño.
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