Para Anthony de Mello la causa de la infelicidad es el apego, no ser capaz de renunciar a cosas, a personas, a ideas, a creencias...Veamos algunas verdades, según Anthony de Mello, sobre el apego:
1era. Verdad: Estás aferrado a una falsa creencia, a saber, la de que sin una cosa o persona determinada no puedes ser feliz.
2da. Verdad: Limítate a disfrutar de las cosas y de las personas, negándolte a apegarte a ellas, ni de celarlas. Si no te apegas te ahorrarás toda la tensión emocional que supone el protegerlas y conservarlas. Así disfrutarás de manera pacífica y relajada y así no sientes la menor amenaza ante que los demás disfruten de lo que disfrutas.
3era. Verdad: "si aprendes a disfrutar el aroma de millares de flores, no te aferrarás a ninguna de ellas ni sufrirás cuando no puedas conseguirla...son tus apegos los que te impiden desarrollar un más amplio y más variado gusto por las cosas y las personas." Y dejarás así que los demás disfruten de millares de flores.
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Meditación entera:
Meditación
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"Es
más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja
que
no que entre un rico en el Reino de Dios"
(Mc
10.25)
¿Qué puede hacerse para alcanzar la
felicidad? No hay nada que tú ni cualquier otro podáis hacer. ¿Por qué? Por la
sencilla razón de que ahora mismo ya eres feliz, ¿y cómo vas a adquirir lo que
ya tienes? Pero, si es así, ¿por qué no experimentas esa felicidad que ya
posees? Pues, simplemente, porque tu mente no deja de producir infelicidad.
Arroja esa infelicidad de tu mente, y al instante aflorará al exterior la
felicidad que siempre te ha pertenecido. ¿Y cómo se arroja fuera la
infelicidad? Descubre qué es lo que la origina y examina la causa abiertamente
y sin temor: la infelicidad desaparecerá automáticamente.
Ahora bien, si te fijas como es
debido, verás que hay una sola cosa que origina la infelicidad: el apego. ¿Y
qué es un apego? Es un estado emocional de vinculación compulsiva a una cosa o
persona determinada, originado por la creencia de que sin esa cosa o persona no
es posible ser feliz. Tal estado emocional se compone de dos elementos; uno
positivo y otro negativo. El elemento positivo es el fogonazo del placer y la
emoción, el estremecimiento que experimentas cuando logras aquello a lo que
estás apegado. El elemento negativo es la sensación de amenaza y de tensión que
siempre acompaña al apego. Imagínate a alguien encerrado en un campo de
concentración y que no deja de engullir comida: con una mano se lleva la comida
a la boca, mientras que con la otra protege la comida restante de la codicia de
sus compañeros de encierro, que tratarán de arrebatársela en cuanto baje la
guardia. He ahí la imagen perfecta de la persona apegada. Por su propia
naturaleza, el apego te hace vulnerable al desorden emocional y amenaza
constantemente con hacer añicos tu paz. ¿Cómo puedes esperar, entonces, que una
persona apegada acceda a ese océano de felicidad que llamamos el "Reino de
Dios"? ¡Es como esperar que un camello pase por el ojo de una aguja!
Ahora bien, lo verdaderamente
trágico del apego es que, si no se consigue su objeto, origina infelicidad; y,
si se consigue, no origina propiamente la felicidad, sino que simplemente
produce un instante de placer, seguido de la preocupación y el temor de perder
dicho objeto. Dirás: "Entonces, ¿no puedo tener ni un solo apego?".
Por supuesto que sí. Puedes tener todos los apegos que quieras. Pero por cada
uno de ellos tendrás que pagar un precio en forma de pérdida de felicidad.
Fíjate bien: los apegos son de tal naturaleza que, aun cuando lograras
satisfacer muchos de ellos a lo largo de un día, con que sólo hubiera uno que
no pudieras satisfacer, bastaría para obsesionarte y hacerte infeliz. No hay
manera de ganar la batalla de los apegos. Pretender un apego sin infelicidad es
algo así como buscar agua que no sea húmeda. Jamás ha habido nadie que haya
dado con la fórmula para conservar los objetos de los propios apegos sin lucha,
sin preocupación, sin temor y sin caer, tarde o temprano, derrotado.
En realidad, sin embargo, sí hay una
forma de ganar la batalla de los apegos: renunciar a ellos. Contrariamente a lo
que suele creerse, renunciar a los apegos es fácil. Todo lo que hay que hacer
es ver, pero ver realmente, las siguientes verdades.
Primera verdad: estás aferrado a una
falsa creencia, a saber, la de que sin una cosa o persona determinada no puedes
ser feliz. Examina tus apegos uno a uno y comprobarás la falsedad de semejante
creencia. Tal vez tu corazón se resista a ello; pero, en el momento en que
consigas verlo, el resultado emocional se producirá de inmediato, y en ese
mismo instante el apego perderá su fuerza.
Segunda verdad: si te limitas a
disfrutar las cosas, negándote a quedar apegado a ellas, es decir negándote a
creer que no podrás ser feliz sin ellas, te ahorrarás toda la lucha y toda la
tensión emocional que supone el protegerlas y conservarlas. ¿No conoces lo que
es poder conservar todos los objetos de tus distintos apegos, sin renunciar a
uno sólo de ellos, y poder disfrutarlos más aún a base de no apegarte ni
aferrarte a ellos, porque te encuentras pacífico y relajado y no sientes la
menor amenaza en relación a su disfrute?
Tercera y última verdad: si aprendes
a disfrutar el aroma de un millar de flores, no te aferrarás a ninguna de ellas
ni sufrirás cuando no puedas conseguirla. Si tienes mil platos favoritos, la
pérdida de uno de ellos te pasará inadvertida, y tu felicidad no sufrirá
menoscabo. Pero son precisamente tus apegos los que te impiden desarrollar un más
amplio y más variado gusto por las cosas y las personas.
A la luz de estas tres verdades, no
hay apego que sobreviva. Pero la luz, para que tenga efecto, debe brillar
ininterrumpidamente. Los apegos sólo pueden medrar en la oscuridad del engaño y
la ilusión. Si el rico no puede acceder al reino del gozo y de la alegría, no
es porque quiera ser malo, sino porque decide ser ciego.
Bibliografía:
De Anthony de Mello, Una llamada al amor: consciencia, libertad y felicidad. Editorial Sal Terrae. España.
Página 29. Meditación número 5.