David Álvarez Martin, filósofo, humanista, amigo. |
Analiza lo violento que es el querer construir la identidad de una nación a partir de estar en contra de otro pueblo. Le contesta a Manuel Núñez, quien le acusa de haitianofilia, por rechazar el concepto de identidad dominicana a partir del antihaitianismo.
A leer! Les va a aclarar y fortalecer humanamente.
Mildred Dolores Mata.
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Apología de la hatianofilia
Por David Álvarez Martin.
Recientemente el Dr. Manuel Núñez afirmó en el programa radial “Dejando Huellas”, que produce Onorio Montás, con la participación de Waldis Pérez y Elizabeth D’Oleo, que un servidor era parte de un grupo que busca “…secuestrarle al pueblo dominicano la percepción del problema de las migraciones haitiana hacia el país”.
Como parte de sus argumentos, señaló a seguidas que “este tipo de acción condiciona la percepción del problema, porque en este caso los dominicanos no recibían las informaciones reales sino propaganda pro haitiana y añade que esto es un objetivo totalitario, ya que no permiten que personas tengan otros puntos de vista”. Estos comentarios del Dr. Núñez lo tomé del portal Almomento.net.
Al expresar sus comentarios me incluyó en un selecto grupo de ciudadanos y ciudadanas que menciono a continuación: María Isabel Soldevilla, Edwin Paraison, Telésforo Isaac, Alberto Despradel, Amantina Gonzáles, Pierre Phillipe y Pedro Ruquoy. No niego mi satisfacción de ser incluido entre este grupo de hombres y mujeres, con gran valía profesional y valores personales, especialmente en el compromiso con la defensa de los derechos humanos.
Los argumentos de Manuel Núñez corresponden a una visión de la identidad dominicana que se define en confrontación con la identidad haitiana. Dicho de manera sencilla, somos más dominicanos en la medida que menos influencia tenemos de la sociedad haitiana. Esta concepción tiene en la historia dominicana varios antecedentes, lamentablemente dominantes en el siglo XX, donde el discurso del trujillismo –elaborado por sus intelectuales– es el paradigma.
Esta forma de pensar no es hechura dominicana, gran parte de la historia de Europa en las primeras décadas del siglo XX estuvo signada por esta ideología. Recordemos que la doctrina nazi consideraba la presencia de los judíos como un tumor en su seno que ameritaba ser extirpado, Stalin procedió por igual con muchas etnias en el seno de la Unión Soviética, y más reciente está el caso de Ruanda o Yugoslavia. En gran medida el conflicto entre Israel y sus vecinos árabes ha sido alentado también por semejante doctrina.
Hay un puente que vincula todas las doctrinas racistas o xenófobas con formas de genocidio, en nuestro caso ocurrió en el 1937. De predicar en contra de la presencia de hombres y mujeres de otras nacionalidades o alentar la hostilidad contra un vecino que se desprecia, a proceder a matarlos el camino es cuesta abajo. Usualmente vemos el rostro del militar o jefe civil que ordena el degüello o la masacre, y sobre el cual descargamos nuestra censura, pero ocultos, a la sombra del carnicero, se escurren intelectuales y periodistas, opinadores y voceros, que crean el clima previo a la sangre, el estado de ánimo violento, las justificaciones para matar. Luego que el campo se siembra de cadavares, desaparecen, incluso algunos pueden llegar a escandalizarse por lo ocurrido. ¿Quién es culpable? ¿El matón o quien puso esas ideas en su cabeza?
La identidad dominicana es una expresión única y rica en el concierto de las identidades de los pueblos del mundo. Vale igual que la china o la catalana, la sueca o la haitiana, la etíope o argentina. Al igual que las demás es una entidad viva, que se nutre de las influencias de otras identidades y aporta a otras sus valores. ¡Que hermoso es ver japoneses bailando merengue en Tokio! ¡Gozar viendo a los norteamericanos admirar a nuestros peloteros en sus ligas de Beisbol! ¡Encontrar un restaurante de comida dominicana en Buenos Aires!
Los dominicanos tenemos el privilegio de compartir esta isla con un pueblo heroico y con una cultura hermosa como el haitiano. Su lengua, su arte, su culinaria, su música, son una joya exclusiva en el concierto de las culturas de los pueblos. Muchos de sus hombres y mujeres trabajan arduamente aportando a nuestra sociedad en la agricultura, la construcción, el servicio y otras formas de producción. Nos compran millones de dólares en mercancía dominicana, sus hijos vienen a estudiar en nuestras universidades y la solidaridad del pueblo dominicano fue expuesta de manera hermosa con la tragedia del sismo que recientemente padecieron.
Nos toca a los dominicanos y dominicanas de mente clara y corazón limpio contribuir al desarrollo de nuestro vecino al mismo tiempo que desarrollamos nuestra sociedad, es un movimiento virtuoso que a ambos nos beneficia. Debemos contribuir a que los haitianos y haitianas que viven en nuestro país sean tratados como personas, lograr que aquellos que nacieron aquí sean considerados como dominicanos y dominicanas, legal y socialmente. La influencia haitiana en nuestra sociedad es beneficiosa, nos enriquece, nos hace mejores dominicanos y dominicanas, al igual que lo mejor de nuestra cultura nutre a la sociedad haitiana.
Los argumentos de Manuel Núñez están equivocados, corresponden a una visión de la cultura nacional estática y un culto a la xenofobia como medio de relacionarnos unos pueblos con otros. Me considero en las antípodas de su planteamiento. Trabajar en la solidaridad con el pueblo haitiano me hace mejor dominicano, yo que soy hijo de gallego y asturiana. Su enfoque sí conduce al totalitarismo, ya que todo régimen o sociedad que le niega a quienes son diferentes el derecho a expresar su manera de ser si es una expresión autoritaria. El odio contra quienes son pobres o negros o tienen otra lengua u otra creencia es la semilla de la muerte. Se opone a mi convicción cristiana y mi ideología bochista.
El amor hacia Haití, hacia Cuba y Puerto Rico nos hace mejores dominicanos y dominicanas. Somos hermanos caribeños, nuestras historias se nutren mutuamente, no podemos entender quienes somos sin ellos, al igual que ellos tienen en su seno la semilla de lo dominicano de muchas formas diferentes. Nunca el odio ha engendrado vida, lucidez o prosperidad. El odio es estéril, seco, podrido, “sólo el amor engendra melodías”.
David Alvarez Martín.
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