Haití, nosotros y el bovarismo
Posted in: Glosas golosas
Published: September 11, 2010I
Algunas voces repiten que los dominicanos no queremos ser haitianos y que nuestra actitud colectiva está fundamentada en que el pueblo dominicano es racista. Siempre me ha parecido una afirmación falsa. Leyendo a Moreau de Saint-Méry he vuelto a encontrar razones para refutar tan desaguisada opinión.
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El dominicano no quiere ser haitiano porque los valores de los haitianos, que respetamos y muchos de ellos compartimos, son el resultado de un proceso de negritud y los nuestros de acriollamiento, sobre todo de acriollamiento mulato. Las islas hispánicas, es decir bajo la cultura y el coloniaje español, han tenido un derrotero distinto al de las islas francesas e inglesas.
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En menor medida, pero tomando la palabra a Bosch, en el sentido de que era perentorio realizar una historia económica del Caribe, el historiador Frank Moya Pons escribe y publica su extraordinaria Historia del Caribe, azúcar y plantaciones en el mundo atlántico. Moya Pons, gran narrador e historiador de oficio, nos lleva a barloventear y a sotaventear por las islas montados en dos metáforas, azúcar y plantación, es decir, habitación, sin dejarnos ver los elementos políticos que determinaron el así somos. En esa materia cabe citar al trinitario Eric Williams, quien publica en la misma época que Bosch, From Columbus to Castro: The History of the Caribbean 1492-1969.
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Poco a poco los estudios individuales nos llevan a conocernos. A buscar formas de cooperación y de acción en el mundo Caribe. Pero las ideologías y los fantasmas permanecen, muchas veces fijados por los intereses económicos, políticos y las imposturas intelectuales.
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La forma lastimosa en la que vive el haitiano hoy, no sólo nos lleva a quererlo y a desear un mejor porvenir para ese pueblo, sino que nos convoca a la acción en la consecución de planes y estrategias de cooperación. Por más que digan los adversarios de la República Dominicana, a pesar de todas las formas contrarias a lo que creemos deben ser nuestras relaciones, los dominicanos hacemos por los haitianos más que ningún otro pueblo.
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Los que quieren que hagamos más fundamentan sus apreciaciones en que somos en conjunto anti-haitiano y racista. Y nomás se plantea una acción contraria, a sus deseos y se repite esta ideología que no tiene base histórica y que no puede ser leída dentro de la narrativa de nuestros dos países. Lo primero es que confunden a la oligarquía y a las élites dominicanas con el pueblo dominicano. Lo segundo, es que no entienden el proceso de negritud del haitiano ni el de acriollamiento mulato del dominicano.
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No dejó de existir el prejuicio racial en la parte española. Pero la lucha entre grandes blancos, pequeños blancos, mulatos y negros, los segundos como intermediarios y los primeros y terceros como esclavistas que se desarrolló en la parte francesa de la Hispaniola, no lo vivió la sociedad situada al este de la isla.
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Los dominicanos mulatos y pobres no podían querer ser como los haitianos; primero, porque pocos conocían lo que se daba de aquel lado de la frontera delimitada en 1777 en Aranjuez. Y porque los mulatos no eran en Santo Domingo una clase pensante, ni eran clase ni eran pensantes. Cuando el mulato escribía lo hacía como blanco, como Sánchez Valverde. La relación de la parte Este con la Oeste era comercial, pero de aquellos productos que nos sobraban en los montes. El esplendor de Haití no desarrolló una economía capitalista en el lado Este. Las quejas sobre la haraganería y la falta de cultivos y caminos de los visitantes franceses, muestra entre otras cosas, que no había una ética del trabajo capitalista en los domínico-españoles.
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Pero en fin, las bondades de la abolición de la esclavitud en la parte Este pudo haber sido un triunfo de los historiadores, pero no una gran conquista de los esclavos dominicanos. Tal vez por eso no encontramos sociedades de libertos, ni proclamas ni la solidaridad de los esclavos dominicanos con los haitianos, ni la integración de esclavos dominicanos a las huestes de Toussaint o Dessalines cuando el francés napoleónico regresó con la clara intención de recuperar la colonia. Gesto bueno fue el de la abolición de la esclavitud, pero ¿para quiénes?
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Ante la falta de una organización social y política que les permitiera construir proyectos nacionales como ocurría en México y Venezuela, los criollos nuestros que provenían de un régimen hatero tradicional, cuyos hijos muy pocos habían estudiado en Europa, que apenas conocían la imprenta y tenían algunas gacetas; que sus emplazamientos urbanos no se distinguían muy bien de los campos en los que existían conucos, estancias, hatos, monterías; que vivían en la plena miseria, no veían, ante la convulsionada realidad francesa, otra tabla de salvación que afirmarse en una monarquía española que los había abandonado y que los despreciaba.
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Pero la dominicanidad no surge de las élites anti-negras sino de un grupo de pequeño-burgueses blanquitos y mulatos, pensadores y soñadores como Juan Pablo Duarte, aguerridos e intrépidos como Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella. Para nuestra desgracia, los grupos oligárquicos que entran a última hora en el proyecto le dan su forma y los discursos que siguen la van a definir como una dominicanidad negrofóbica, anti-haitiana, blanca, católica y que se comunica en español.
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Durante el proceso de independencia, los dominicanos tuvieron que emplearse a fondo para no dejar que los haitianos nos anexaran del todo a Francia, como lo pretendió Toussaint L ‘Ouverture, que nos hicieran parte de su república negra, como lo quiso Dessalines, Boyer y Herald Ainé; los dominicanos en su mayoría mulatos, que no habían vivido las experiencias sociales y raciales de Haití no tenían razones para querer ser haitianos. Conformaron su identidad tambaleante, mestiza, en una situación de abandono y pobreza, pero con resulta inclinación a su propia independencia. El pensamiento anti-imperialista de Duarte es uno de nuestros grandes legados históricos.
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El dominicano es bovarista porque aún no se ha concebido como mulato. Porque el Estado fue formado a nombre de una identidad esencialista, blanca, católica, hispánica, sin tomar en cuenta la realidad histórica, social y cultural del conjunto. La élite que ha difundido el pensamiento dominicano nos ha reinventado como tales con el propósito de perpetuar mediante signos y símbolos su dominación social, cultural y política. El discurso sobre la identidad del dominicano es un decir del poder, habla, que reproduce prácticas, que llena libros, que desangra tinteros y las fuentes de papel de nuestra prensa cotidiana.
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Para desgracia de todos los caribeños, el bovarismo no es un defecto que únicamente se le puede endilgar al dominicano, sino el resultado de nuestra condición racial y social caribeña; islas formadas en la diáspora africana, en la esclavitud para el capitalismo que Europa inauguró como comercio atlántico; en la más despiadada maquinaria de explotación establecida en algún lugar del mundo: más de veinte millones de africanos trasplantados, desarraigados de su cultura, que hoy visten como Ti Noel, la capa verde y ridícula del autoritarismo de nuestros semejantes que se creen príncipes y condes, que miran al pueblo con desprecio y los usan a su conveniencia…
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