Acá, Nassef Perdomo habla del principio de la institucionalidad democrática.
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La Constitución como herramienta
Puede parecer paradójico que una persona que ha criticado el proceso de reforma también afirme que el resultado del mismo es útil y válido para construir una sociedad más democrática. Pero no es paradójico, todo lo contrario. Nassef Perdomo Cordero domingo, 8 de noviembre de 2009, 11:48 a.m.
En la ocasión pasada hablé sobre la relación entre Constitución y democracia plural. Sostuve, y aún sostengo, que una Constitución democrática tiene que ser una Constitución incluyente, que pueda servir de punto de encuentro para el amplio abanico de valores y visiones del mundo que se dan cita en dicha sociedad. Creo que el proceso de reforma constitucional, que hoy se encuentra en sus momentos finales, careció de la apertura necesaria para que esto fuera así. Como ya he dicho, amplios sectores de la ciudadanía se sienten excluidos tanto del proceso, como de la visión de sociedad que la nueva Constitución sustenta.
Ahora bien, eso no quiere, ni puede, decir que se vayan a retirar de la vida democrática quienes objetan la forma en que se llevó a cabo la reforma o sus resultados. Por el contrario, las Constituciones son muchas cosas. Entre ellas, son herramientas de convivencia social. Y como tal, tienen que ser tomadas en cuenta y utilizadas por todo aquel que valore la democracia, la convivencia pacífica y el espíritu de solidaridad que el constitucionalismo contemporáneo intenta rescatar.
Todos, incluso el más crítico de los ciudadanos, tenemos que aceptar esto. Y por tanto, es necesario que la convirtamos en instrumento de reivindicación desde el momento mismo de su proclama. Puede parecer paradójico que una persona que ha criticado el proceso de reforma también afirme que el resultado del mismo es útil y válido para construir una sociedad más democrática. Pero no es paradójico, todo lo contrario. Y esto por varias razones.
Primero: Porque la Constitución es un documento vivo, cuya construcción no termina el día en que se proclama el texto redactado. Ese es sólo el primer paso. La Constitución no existe en un vacío, se relaciona diariamente con una sociedad dinámica y activa. Por ello, su relación con la sociedad va a depender mucho de cómo ésta reaccione frente a ella y la utilice. Los ciudadanos perderemos toda oportunidad de reclamar nuestro espacio si, bajo el argumento de que no nos gusta, ignoramos o rechazamos de plano a la Constitución.
Segundo: En democracia los procesos políticos son constantes, no se detienen nunca. Esto quiere decir que lo responsable es ir sentando las bases para que la próxima reforma sea más democrática, más abierta, más plural. El esfuerzo que se ha llevado a cabo durante los últimos meses no ha caído en saco roto. Los asambleístas no fueron sordos a nuestros reclamos (por ejemplo, con el mecanismo de designación de la Cámara de Cuentas) y la próxima vez recordarán que los ciudadanos dominicanos son capaces de organizarse, con lo que es previsible que nos escuchen aún más. Lo que no podemos hacer es trazar Líneas de Pizarro. Los debates durante la reforma han sido fuertes, e incluso ríspidos. Pero debate, discusión y concertación son tres facetas de la misma cosa: el diálogo democrático. Que exista un estado de guerra retórico entre la clase política y la ciudadanía no beneficia a nadie, y mucho menos a la democracia que queremos fomentar.
Tercero: La nueva Constitución no es en sí misma un “avance” o un “retroceso”. El reclamo de los ciudadanos es que no fue cumplida la promesa de una “revolución democrática” y que pudo haber sido mucho mejor. La forma en que se llevó el proceso y la existencia de una serie de disposiciones de corte conservador desilusionaron a muchos ciudadanos respecto de la reforma. Pero esto no quiere decir que carezca de luces. Las tiene, y nos corresponde a los ciudadanos explotarlas. Tenemos que lograr que la práctica realce las virtudes de la Constitución y disminuya el impacto de sus defectos.
La gran lección que debemos sacar de este proceso de reforma es que los dominicanos somos perfectamente capaces de organizarnos como ciudadanos y actuar en consecuencia. Creo que este es el más importante resultado de la reforma, y no el texto de la Constitución. Esta capacidad ciudadana hay que fomentarla y fortalecerla, pero para ello debemos de asumir que en democracia las victorias no son totales, eternas ni estáticas. Después de haber creado un contexto de diálogo público en el cual nuestras opiniones cuentan más que nunca, tenemos que construir sobre ello. Nos toca seguir participando en el debate público, no en el contexto ya casi superado de la reforma, sino en la construcción de una nueva democracia. Y esto requiere que, con la misma responsabilidad que reclamamos nuestros derechos, asumamos la necesidad de convivir y colaborar con la clase política en esa construcción. __._,_.___ |
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