El compromiso con lo político partidario para incidir en las políticas públicas: Tony Judt

Acá una síntesis del llamado de este autor, fallecido, al compromiso, mediante la participación en los partidos políticos:


"Pero las repúblicas y las democracias solo existen en virtud del compromiso de sus ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos.


Si los ciudadanos activos o preocupados renuncian a la política, están abandonando su sociedad a sus funcionarios más mediocres y venales."  Tony Judt.


FRAGMENTO LITERARIO: LECTURA

El legado de Tony Judt

Admirado tanto por su talla intelectual, como por su valiente respuesta a la enfermedad que le llevó a la muerte, el historiador defiende en un libro póstumo la necesidad de ser críticos con quienes nos gobiernan y mantiene que la disconformidad es la savia de la vida social

TONY JUDT 26/09/2010
Quienes afirman que el fallo es del "sistema" o quienes ven misteriosas maniobras detrás de cada revés político tienen poco que enseñarnos. Pero la disposición al desacuerdo, el rechazo o la disconformidad -por irritante que pueda ser cuando se lleva a extremos- constituye la savia de una sociedad abierta. Necesitamos personas que hagan una virtud de oponerse a la opinión mayoritaria. Una democracia de consenso permanente no será una democracia durante mucho tiempo.
Es tentador hacer como todos: la vida en comunidad es mucho más sencilla cuando cada uno parece estar de acuerdo con los demás y la disconformidad es adormecida en aras de las convenciones del compromiso.
Las sociedades y las comunidades en que estas faltan o se han desintegrado no prosperan. Pero la conformidad tiene un precio. Un círculo cerrado de opiniones o ideas en el que nunca se permiten ni el descontento ni la oposición -o solo dentro de unos límites circunscritos y estilizados- pierde la capacidad de responder con energía e imaginación a los nuevos desafíos.
Estados Unidos es un país fundado sobre comunidades pequeñas. Como puede atestiguar cualquiera que haya vivido durante algún tiempo en uno de esos lugares, el instinto natural siempre es imponer una uniformidad normativa al comportamiento público de sus miembros. En Estados Unidos, esta disposición en parte es contrarrestada por la predisposición individualista de los primeros colonos y por la protección constitucional que otorgaron a la disconformidad individual y minoritaria. Pero este equilibrio, observado por Alexis de Tocqueville entre muchos otros, hace tiempo que se ha inclinado hacia la conformidad. Las personas siguen siendo libres de decir lo que quieran, pero si sus opiniones contradicen las de la mayoría, son marginadas de la sociedad. Como mínimo, el impacto de sus palabras es silenciado.
Gran Bretaña solía ser diferente: una monarquía tradicional gobernada por una élite hereditaria que mantenía su control del poder permitiendo e incluso incorporando la disconformidad y anunciando su tolerancia como una virtud. Pero el país se ha hecho menos elitista y más populista; la vena no conformista en la vida pública ha sufrido una descalificación constante -como Tocqueville habría previsto-. Actualmente, el desacuerdo enérgico con la opinión generalmente aceptada sobre cualquier cosa, desde la corrección política hasta los tipos impositivos, es casi tan poco frecuente en el Reino Unido como en Estados Unidos.
Hay muchas fuentes de disconformidad. En las sociedades religiosas, particularmente en aquellas que tienen un credo establecido -catolicismo, anglicanismo, islamismo, judaísmo-, las tradiciones de disconformidad más efectivas y duraderas están enraizadas en diferencias teológicas: no es casualidad que el Partido Laborista británico naciera en 1906 de una coalición de organizaciones y movimientos en la que las congregaciones no conformistas tuvieron gran protagonismo.
Las diferencias de clase también son un terreno abonado para la disconformidad. En las sociedades divididas en clases (o, en algunos casos, en las comunidades organizadas en castas), los que están abajo suelen tener una fuerte motivación para oponerse a su condición y, por extensión, a la organización social que la perpetúa.
En décadas más recientes, la disconformidad ha estado estrechamente relacionada con los intelectuales: un tipo de persona que primero se identificó con las protestas de finales del siglo XIX contra el abuso de poder por parte del Estado, pero que en nuestro tiempo es más conocido por hablar y escribir a contrapelo de la opinión pública.
Por desgracia, los intelectuales contemporáneos han mostrado muy poco interés en aspectos clave de la política pública, mientras que han intervenido o protestado sobre temas definidos éticamente en los que las opciones parecen más claras. Esto ha dejado los debates sobre la forma en que debemos gobernarnos en manos de especialistas políticos y think tanks, en los que rara vez tienen cabida opiniones no convencionales y el público queda prácticamente excluido.
El problema no es si estamos de acuerdo o no con un acto legislativo determinado, sino la forma en que debatimos nuestros intereses comunes. Por tomar un ejemplo evidente (por ser muy conocido): en Estados Unidos, a cualquier conversación sobre el tema del gasto público y las ventajas o desventajas de un papel activo del Gobierno enseguida se le aplican dos cláusulas de exclusión. De acuerdo con la primera, todos estamos a favor de que los impuestos sean tan bajos como sea posible y de que el Gobierno se entrometa lo mínimo en nuestros asuntos. La segunda -en realidad, una variación demagógica de la primera- afirma que nadie quiere que el "socialismo" sustituya nuestra forma de vida y de gobierno tradicional y eficiente.
A los europeos les gusta creerse menos conformistas que los estadounidenses. Les hacen sonreír los corrales religiosos a los que se retiran tantos ciudadanos estadounidenses, renunciando así a la independencia mental para adoptar el lenguaje del grupo. Señalan las consecuencias perversas de los referendos locales en California, donde unas iniciativas legislativas populares bien financiadas han destruido la base fiscal de la séptima economía mundial.
Sin embargo, en un reciente referéndum en Suiza se prohibió la construcción de minaretes en un país en el que solo hay cuatro y donde casi todos los residentes musulmanes son refugiados bosnios laicos.
Y los británicos han aceptado sumisamente todo, desde las cámaras de televisión de circuito cerrado hasta la vigilancia más invasora de la intimidad, en lo que ahora es la democracia más autoritaria y "sobreinformada" del mundo. En muchos aspectos, la Europa actual es mejor que los Estados Unidos contemporáneos, pero está lejos de ser perfecta.
Hasta los intelectuales han doblado la rodilla. La guerra de Irak vio cómo la gran mayoría de los comentaristas británicos y estadounidenses abandonaban toda apariencia de pensamiento independiente y se alineaban con el Gobierno. La crítica al ejército y a quienes ostentan la autoridad política -que siempre es más difícil en tiempo de guerra- se marginó y se trató casi como si fuera una traición. Los intelectuales de la Europa continental tuvieron más libertad para oponerse a la precipitada campaña, pero solo porque sus propios líderes eran ambivalentes y sus sociedades estaban divididas. (...)
Pero, al menos, la guerra, como el racismo, ofrece opciones morales claras. Incluso hoy, la mayoría de la gente sabe lo que piensa acerca de una acción militar o de los prejuicios raciales. Pero en el ámbito de la política económica, los ciudadanos de las democracias contemporáneas nos hemos vuelto demasiado modestos. Se nos ha aconsejado que dejemos esas cuestiones a los expertos: la economía y sus implicaciones políticas están mucho más allá del entendimiento del hombre o la mujer corrientes, de lo que se encarga el lenguaje cada vez más arcano y matemático de la disciplina.
No es probable que muchos "legos en la materia" se opongan al ministro de Economía o a sus asesores. Si lo hicieran, se les diría -como un sacerdote medieval podría haber aconsejado a su grey- que son cosas que no les incumben. La liturgia debe celebrarse en una lengua oscura, que solo sea accesible para los iniciados. Para todos los demás, basta la fe.
Pero la fe no ha bastado. Los emperadores de la política económica en Gran Bretaña y Estados Unidos, por no mencionar a sus acólitos y admiradores del resto del mundo desde Tallin hasta Tiflis, están desnudos. No obstante, como la mayoría de los observadores comparten desde hace mucho sus gustos sartoriales, no están en condiciones de decir nada. Tenemos que volver a aprender cómo criticar a quienes nos gobiernan. Pero para hacerlo con credibilidad hemos de librarnos del círculo de conformidad en el que tanto ellos como nosotros estamos atrapados.
La liberación es un acto de la voluntad. No podemos reconstruir nuestra lamentable conversación pública -lo mismo que nuestras ruinosas infraestructuras físicas- si no estamos lo bastante indignados por nuestra condición presente. Ningún Estado democrático debería poder lanzar una guerra ilegal sustentada en una mentira deliberada y no tener que responder de ello. El silencio que rodea la vergonzosa respuesta de la Administración Bush al huracán Katrina delata un cinismo deprimente hacia las responsabilidades y competencias del Estado: en realidad, esperamos que Washington no esté a la altura. La reciente decisión del Tribunal Supremo estadounidense de permitir el gasto ilimitado de las empresas en los candidatos electorales -y el escándalo de las "dietas" en el Parlamento británico- ilustra el papel incontrolado del dinero en la política actual. (...)
Entretanto, la vertiginosa pérdida de apoyo del presidente Obama, en gran medida debida a su torpe defensa de la reforma sanitaria, ha contribuido más todavía a la desafección de la nueva generación. Sería fácil retirarse en un hastío escéptico ante la incompetencia (y peor) de aquellos que actualmente tienen encomendado gobernarnos.
Pero si dejamos el desafío de la renovación política radical a la clase política existente -a los Blairs, Browns, Sarkozys, Clintons y Bushes y (me temo) Obamas-, solo acabaremos más decepcionados.
La disconformidad y la disidencia son sobre todo obra de los jóvenes. No es casual que los hombres y mujeres que iniciaron la Revolución Francesa, lo mismo que los reformadores y planificadores del new deal y de la Europa de la posguerra, fueran bastante más jóvenes que los que los precedieron. Ante un problema, es más probable que los jóvenes lo afronten y exijan su solución, en vez de resignarse. Pero también tienen más probabilidades que sus mayores de caer en el apoliticismo: como la política está tan degradada, debemos desentendernos de ella. (...)
Por consiguiente, lo primero que se le ocurre a un joven que quiere "comprometerse" es afiliarse a Amnistía Internacional o a Greenpeace, o a Human Rights Watch o a Médicos Sin Fronteras. El impulso moral es irreprochable. Pero las repúblicas y las democracias solo existen en virtud del compromiso de sus ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos.
Si los ciudadanos activos o preocupados renuncian a la política, están abandonando su sociedad a sus funcionarios más mediocres y venales. La Cámara de los Comunes británica ofrece actualmente un espectáculo penoso: un reducto de enchufados, subordinados serviles y pelotas profesionales -al menos, tan lamentable como en 1832, la última vez que fue asaltada y sus "representantes" expulsados de su sinecura-. El Senado estadounidense, en el pasado un bastión del republicanismo constitucional, se ha convertido en una parodia pretenciosa y disfuncional de su carácter original. La Asamblea Nacional francesa ni siquiera aspira al visto bueno del presidente del país, que la soslaya cuando quiere.
Durante el largo siglo del liberalismo constitucional, de Gladstone a Lyndon B. Johnson, las democracias occidentales estuvieron dirigidas por hombres de talla superior. Con independencia de sus afinidades políticas, Léon Blum y Winston Churchill, Luigi Einaudi y Willy Brandt, David Lloyd George y Franklin Roosevelt representaban una clase política profundamente sensible a sus responsabilidades morales y sociales. Es discutible si fueron las circunstancias las que produjeron a los políticos o si la cultura de la época condujo a hombres de este calibre a dedicarse a la política. Políticamente, la nuestra es una época de pigmeos.
Sin embargo, es todo lo que tenemos. Las elecciones al Parlamento, al Senado y a la Asamblea Nacional siguen siendo nuestro único medio de convertir la opinión pública en acción colectiva dentro de la ley. Así que los jóvenes no deben perder la fe en nuestras instituciones públicas. (...)
El fracaso democrático trasciende las fronteras nacionales. El vergonzoso fiasco de la Cumbre del Clima de Copenhague en diciembre de 2009 ya se está traduciendo en cinismo y desesperanza entre los jóvenes: ¿qué va a ser de ellos si no nos tomamos en serio las implicaciones del calentamiento global? El desastre sanitario en Estados Unidos y la crisis financiera han acentuado la sensación de impotencia incluso entre los votantes con mejor voluntad. Hemos de actuar guiándonos por nuestra intuición de una catástrofe inminente. (...)
La mayoría de los críticos de nuestra condición presente comienzan con las instituciones. Dirigen su atención a los parlamentos, los senados, los presidentes, las elecciones y los grupos de presión, y señalan las formas en que se han degradado o han abusado de la autoridad que se les ha confiado. Cualquier reforma, concluyen, debe comenzar ahí. Necesitamos leyes nuevas, sistemas electorales distintos, restricciones a los grupos de presión y a la financiación de los partidos; debemos dar más (o menos) autoridad al ejecutivo y hallar la forma de que las autoridades, elegidas o no, escuchen y respondan a quienes son su base y les paga: nosotros.

El conmovedor compromiso de Domingo Matías, Congreso de Municipalistas

Domingo Matías, miembo de la Red por la Gobernabilidad y Gerencia Pública, y conductor del Foro de municipalistas, red virtual, ha conducido junto a un equipo activo, el Congreso de Municipalistas del 16 al 18 de septiembre del 2010, en Boca Chica, SD, RD.

Percibo, siento, que se ha ido creciendo como un buen ciudadano  reformador: en paciencia, pasión  persistencia. Tenemos un gran refomador, y una ciudadanía activa comprometida que está creciendo junto a un equipo de municipalistas que trabajaron mucho de manera desinteresada. 

Parte del equipo de  estuvo formado por: Sonia Adelina Vásquez, Pedro Hernández, Pengsien Sang, Carmen Pérez, Jesús Sosa, Beatriz, Víctor de Aza (FEDOMU), Juan Castillo, Anny Vásquez...

Cuando salga publicado se verán los contenidos,  esta lista será más justa.

Ahora se está debatiendo duro sobre la reforma, o desaparición de la Liga Municipal Dominicana (LMD). Soy de lo que cree en la Reforma.

¡Mucho cariño y respeto para Domingo y la militancia activa municipalista!

Ante el 34 % de pobreza, ciudadanía comprometida para una democracia con equidad social y para las mujeres

Tenemos un 34% de pobreza en la República Dominicana. Un amigo de la Red por la Gobernabilidad y Gerencia Pública le llamó la atención que el  Ministro de Planificación, Economía  Desarrollo dice que es un poblema que viene de 40 años atrás. 

Hubo un Congreso de Municipalistas del 16 al 18 (JUEVES-SÁBADO pasado, Sept.),   y conocí a ese Ministro, seño, Juan Temístocles Montás (Temo), éste estuvo presente en la tarde del viernes durante varias horas, lo cual me agradó, e impresionó muy favorablemente.

También me agradó que mandó a subir a Magdalena (creo que apellido Lizardo) para que interactuara a su mismo nivel con los y las foristas municipalistas presentes  (Foro Municipalistas es un Foro virtual). No conocía a ese señor,  me alegré que alguien del Poder fuese así (sencillo, con pocas poses, o simulaciones).

El señor está claro de todo eso, de la pobreza, y de que la Estrategia Nacional de Desarrollo (END) será realidad, sí nos activamos como ciudadanía, en eso no hubo demagogia. El juego del cambio, como dice Ramón Tejada Holguín, está en manos de que dejemos el personalismo, y seamos unitarios, que deseemos mejorar nuestro país con impuestos directos a las ganancias (digo yo), que militemos por un pacto para un gasto público con calidad,  que busquemos los mecanismos para ser efectivos en la fiscalización del gasto, de lo público, y para una cultura de la honestidad (como dice Pedro Luis Castellanos) y de la sensatez.

Así que todas y todos sabemos que hay un 34 % de pobreza,  que la pelota está en la cancha de la ciudadanía consciente, desinteresada,  unitaria para empujar la agenda,  y hay que hacer eso, con dominicanas/os de partidos, ciudadanía civil,  algunas/os empresarias/os conscientes (o que comprenden una democracia social, con impuestos directos),  con la pequeña y  mediana empresa.

Por eso nos felicito a todas las personas que compartimos en organizaciones, virtuales, o presenciales. por en  Celebro ese Congreso de Municipalistas, el recién grupo Foro de Mujeres que se ha creado. Me parece que los últimos artículos escritos por Ramón Tejada  Holguín están encaminados en esta onda de una ciudadanía más efectiva, unitaria,  comprometida.   Más adelante reproduzco los artículos de Ramón Tejada Holguín.

Y celebro la vinculación de domicanas  dominicanos que están lejos, están buenos, buenas ciudadano /as dominicano-canadiense, en Miami,  fin,....interesados/as,  activo/as...

Amor unitario, queriendo superar el personalismo.

Haití y República Dominicana: la mirada de Miguel Angel Fornerín, en la que relativiza el racismo bovarista en dominicana


Haití, nosotros y el bovarismo

Haití, nosotros y el bovarismo
MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN | Nos ha quedado una figura frágil, pero maravillosa de un hombre como Juan Pablo Duarte cuyos sueños nos unen a pesar de no haber sido elhombre de acción que fuera Sánchez ni el ambicioso político que cada día nos joroba la existencia. 
I
Algunas voces repiten que los dominicanos no queremos ser haitianos y que nuestra actitud colectiva está fundamentada en que el pueblo dominicano es racista. Siempre me ha parecido una afirmación falsa. Leyendo a Moreau de Saint-Méry he vuelto a encontrar razones para refutar tan desaguisada opinión. 
II
El dominicano no quiere ser haitiano porque los valores de los haitianos, que respetamos y muchos de ellos compartimos, son el resultado de un proceso de negritud y los nuestros de acriollamiento, sobre todo de acriollamiento mulato. Las islas hispánicas, es decir bajo la cultura y el coloniaje español, han tenido un derrotero distinto al de las islas francesas e inglesas. 
III 
Los que han escrito sobre ellas en su conjunto han priorizado una lectura, que si bien es correcta por el mismo hecho de ser su mirada muy panorámica, no ha dejado de ser reduccionista o demasiado matizada hacia un aspecto sobresaliente de nuestra identidad. Pongo dos ejemplos, Juan Bosch define el Caribe como espacio codiciado por las potencias europeas para el desarrollo del capitalismo moderno: un Caribe que funciona bajo la metáfora de frontera acuática; un lugar de sangre y sufrimiento, del indio, el negro, el mulato, el chino y el indú, traídos en una diáspora forzada por los imperios europeos. El de Bosch, es un libro de geopolítica. 
IV 
En menor medida, pero tomando la palabra a Bosch, en el sentido de que era perentorio realizar una historia económica del Caribe, el historiador Frank Moya Pons escribe y publica su extraordinaria Historia del Caribe, azúcar y plantaciones en el mundo atlántico. Moya Pons, gran narrador e historiador de oficio, nos lleva a barloventear y a sotaventear por las islas montados en dos metáforas, azúcar y plantación, es decir, habitación, sin dejarnos ver los elementos políticos que determinaron el así somos. En esa materia cabe citar al trinitario Eric Williams, quien publica en la misma época que Bosch, From Columbus to Castro: The History of the Caribbean 1492-1969. 
V 
En la cultura dominicana, los estudios del Caribe, no van tan lejos. En Cuba Antonio Benítez Rojo realiza un largo peregrinaje montado en la teoría del caos y en la idea temporal de la repetición; el Caribe como un todo, que gira y se repite; un conjunto que es uno solo y diverso. En Martinica, Edouard Glissant, inauguró una narrativa culturalista antillana en Le discours antillaisstraducido recientemente al español en Venezuela. El acercamiento de  de Glissant es el de un poeta, un sabio, un filósofo; es etnológico, historiador. Si no atuvieran tan centrados en las Antillas francesas, hubiese superado las distintas miradas anteriores. De los textos más contemporáneos, quiero citar el extraordinario Éloge de la creoleté/ In praise of creoleness, de Jean Bernabé, Patrice Chamoiseau y Rafael Confiant (Gallimard, 1989, John  Hopkins, 1993), es la más inclusiva síntesis que nos retrata en nuestra propia diversidad. 
VI 
Poco a poco los estudios individuales nos llevan a conocernos. A buscar formas de cooperación y de acción en el mundo Caribe. Pero las ideologías y los fantasmas permanecen, muchas veces fijados por los intereses económicos, políticos y las imposturas intelectuales. 
VII 
La identidad criolla del dominicano es problemática y difícil de entender para muchos lectores y opinantes. Esto se hace más complejo cuando tenemos que definir la dominicanidad frente a Haití, que en el siglo XIX tuvo la más esplendorosa y admirable gesta por la humanidad con la abolición radical de la esclavitud. Su hito la ha convertido —lamentablemente— en la nación más pobre de nuestro continente. 
VIII 
La forma lastimosa en la que vive el haitiano hoy, no sólo nos lleva a quererlo y a desear un mejor porvenir para ese pueblo, sino que nos convoca a la acción en la consecución de planes y estrategias de cooperación. Por más que digan los adversarios de la República Dominicana, a pesar de todas las formas contrarias a lo que creemos deben ser nuestras relaciones, los dominicanos hacemos por los haitianos más que ningún otro pueblo. 
IV 
Los que quieren que hagamos  más fundamentan sus apreciaciones en que somos en conjunto anti-haitiano y racista. Y nomás se plantea una acción contraria, a sus deseos y se repite esta ideología que no tiene base histórica y que no puede ser leída dentro de la narrativa de nuestros dos países. Lo primero es que confunden a la oligarquía y a las élites dominicanas con el pueblo dominicano. Lo segundo, es que no entienden el proceso de negritud del haitiano ni el de acriollamiento mulato del dominicano. 
X
Pierden, en fin, los amigos acérrimos de Haití la perspectiva histórica y política de nuestros países. No concurro con Moreau de Saint- Méry, quien enDescripción de la parte española de Saint-Domingue,consideraba que no había prejuicio de clase en Santo Domingo a fines del siglo XVIII. Entiendo su parcialidad con la parte española, muy bien sazonada por los trujillistas en la edición dominicana de este libro (Mejía Ricart). No me extenderé en mis apreciaciones sobre este asunto por el momento. 
XI 
No dejó de existir el prejuicio racial en la parte española. Pero la lucha entre grandes blancos, pequeños blancos, mulatos y negros, los segundos como intermediarios y los primeros y terceros como esclavistas que se desarrolló en la parte francesa de la Hispaniola, no lo vivió la sociedad situada al este de la isla. 
XII 
Los dominicanos mulatos y pobres no podían querer ser como los haitianos; primero,  porque pocos conocían lo que se daba de aquel lado de la frontera delimitada en 1777 en Aranjuez. Y porque los mulatos no eran en Santo Domingo una clase pensante, ni eran clase ni eran pensantes. Cuando el mulato escribía lo hacía como blanco, como Sánchez Valverde. La relación de la parte Este con la Oeste era comercial, pero de aquellos productos que nos sobraban en los montes. El esplendor de Haití no desarrolló una economía capitalista en el lado Este. Las quejas sobre la haraganería y la falta de cultivos y caminos de los visitantes franceses, muestra entre otras cosas, que no había una ética del trabajo capitalista en los domínico-españoles. 
XIII 
Cuando los negros haitianos pasaron la frontera por primera vez lo hicieron en nombre de Francia y no en el de ellos mismos. Abolieron una esclavitud patriarcal. Y en esto hay algo que nuestros pensadores no han situado: si nuestra esclavitud era tan débil posiblemente nuestros “esclavos” no veían beneficioso una libertad, porque establecía una relación distinta, desde el punto de vista de las relaciones del trabajo. En un país donde no había ni tan siquiera circulación normal de la moneda, la relación, día trabajo, paga, podría haber sido un cambio perturbador. 
XIV

Pero en fin, las bondades de la abolición de la esclavitud en la parte Este pudo haber sido un triunfo de los historiadores, pero no una gran conquista de los esclavos dominicanos. Tal vez por eso no encontramos sociedades de libertos, ni proclamas ni la solidaridad de los esclavos dominicanos con los haitianos, ni la integración de esclavos dominicanos a las huestes de Toussaint o Dessalines cuando el francés napoleónico regresó con la clara intención de recuperar la colonia. Gesto bueno fue el de la abolición de la esclavitud, pero ¿para quiénes? 
XV 
La historia de las primeras décadas del siglo XIX en la parte española fue marcada por la lucha internacional de Francia e Inglaterra por rescatar a los grandes blancos haitianos y por los grandes blancos por encontrar asiento en el este de la isla, en Santiago de Cuba, en Puerto Rico o en Filadelfia. La onda expansiva de la Revolución negra en Haití cambió el Caribe y planteó nuevas estrategias, discursos y maneras de dominación; pero no cambió la percepción de las élites dominicanas sobre el negro haitiano. Ellas eran aliadas pobres de los grandes blancos y beneficiarias de la colonia francesa. 
XVI 
Ante la falta de una organización social y política que les permitiera construir proyectos nacionales como ocurría en México y Venezuela, los criollos nuestros que provenían de un régimen hatero tradicional, cuyos hijos muy pocos habían estudiado en Europa, que apenas conocían la imprenta y tenían algunas gacetas; que sus emplazamientos urbanos no se distinguían muy bien de los campos en los que existían conucos, estancias, hatos, monterías; que vivían en la plena miseria, no veían, ante la convulsionada realidad francesa, otra tabla de salvación que afirmarse en una monarquía española que los había abandonado  y que los despreciaba. 
XVII 
El dominicano no tenía, ni el de a pie —ni el oligarca— que mirar hacia Haití como un país deseado, pues el esplendor de la colonia fue barrido por la revolución y los nuevos republicanos haitianos estaban divididos entre ellos, y las prácticas políticas estaban cruzadas por autoritarismo. Los discursos de los generales haitianos en la parte Este era el de tierra arrasada. Es cierto que las élites intelectuales han sazonado bastante el memorial de agravios. Que la narrativa histórica de la dominicanidad por oposición allí se acuna, pero el ejército haitiano en el Este era una tropa conquistadora, como todo ejército en plan de conquista, el saqueo y la espoliación,  se encontraban a la orden del día. 
XVIII 
Pero la dominicanidad no surge de las élites anti-negras sino de un grupo de pequeño-burgueses blanquitos y mulatos, pensadores y soñadores como Juan Pablo Duarte, aguerridos e intrépidos como Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella. Para nuestra desgracia, los grupos oligárquicos que entran a última hora en el proyecto le dan su forma y los discursos que siguen la van a definir como una dominicanidad negrofóbica, anti-haitiana, blanca, católica y que se comunica en  español. 
XIX 
El proyecto de la fundación de la República quedó mediatizado, secuestrado y reducido a un deseo de modernidad de un grupo, potenciado por el autoritarismo, la concupiscencia de los bienes públicos, los intereses de la oligarquía y sus relaciones con imperios que podrían darle una estabilidad frente al otro haitiano. Pero nos ha quedado una figura frágil, pero maravillosa de un hombre como Juan Pablo Duarte cuyos sueños nos unen a pesar de no haber sido el hombre de acción que fuera Sánchez ni el ambicioso político que cada día nos joroba la existencia. 
XX 
Durante el proceso de independencia, los dominicanos tuvieron que emplearse a fondo para no dejar que los haitianos nos anexaran del todo a Francia, como lo pretendió Toussaint L ‘Ouverture, que  nos hicieran parte de su república negra, como lo quiso Dessalines, Boyer y Herald Ainé; los dominicanos en su mayoría mulatos, que no habían vivido las experiencias sociales y raciales de Haití no tenían razones para querer ser haitianos. Conformaron su identidad tambaleante, mestiza, en una situación de abandono y pobreza, pero con resulta inclinación a su propia independencia. El pensamiento anti-imperialista de Duarte es uno de nuestros grandes legados históricos. 
XXI
A pesar de esa fortaleza en cuanto al destino dominicano que surge de la pequeña burguesía comercial y capitalina, y que luego se acentuará en los productores de café y de tabaco que realizan la Restauración de la República en 1865, el dominicano no deja de ser un ser indefinido dentro de su complejo racial. Y aclaro que ésta es una percepción de lo que se dice, del discurso sobre la dominicanidad, pues el pueblo llano vive una serie de prácticas negro-africanas que van desde la forma de llorar a los muertos, disfrutar las fiestas, concebir el tiempo y preparar los alimentos… 
XXII
 El dominicano es bovarista porque aún no se ha concebido como mulato. Porque el Estado fue formado a nombre de una identidad esencialista, blanca, católica, hispánica, sin tomar en cuenta la realidad histórica, social y cultural del conjunto. La élite que ha difundido el pensamiento dominicano nos ha reinventado como tales con el propósito de perpetuar mediante signos y símbolos su dominación social, cultural y política. El discurso sobre la identidad del dominicano es un decir del poder, habla, que reproduce prácticas, que llena libros, que desangra tinteros y las fuentes de papel de nuestra prensa cotidiana. 
XXIII 
Para desgracia de todos los caribeños, el bovarismo no es un defecto que únicamente se le puede endilgar al dominicano, sino el resultado de nuestra condición racial y social caribeña; islas formadas en la diáspora africana, en la esclavitud para el capitalismo que Europa inauguró como comercio atlántico; en la más despiadada maquinaria de explotación establecida en algún lugar del mundo: más de veinte  millones de africanos trasplantados, desarraigados de su cultura, que hoy visten como Ti Noel, la capa verde y ridícula del autoritarismo de nuestros semejantes que se creen príncipes y condes, que miran al pueblo con desprecio y los usan a su conveniencia…