Del daño que le producen los merengueros a la lectura

Miguel D. Mena relata algunas vivencias sobre la Feria del libro y sobre la necesidad de animar más la lectura y la escritura en RD, desde la literatura. También propone que se desarrrolle la creatividad buscando lo dominicano como escenario y motivo creativo.

Acá el artículo:


Del daño que le producen los merengueros a la lectura

POR MIGUEL D. MENA

La lectura está amenazada. Acto de leer: lanzarse a la página de picada y desnudo, arrastrando los viejos mundos del conocimiento, las engrasadas piezas de esta máquina que es el cuerpo o los sueños o el deseo.

El acto de lectura, sin embargo, va perdiendo su ingenuidad. Se lee con tres ojos: hay uno que está mirando al lado, al otro, a los otros, a la fila que se abalanza contra los más leídos y más vendidos
y los que te recomendará la prima que acaba de llegar de algún salón de belleza o ha bajado de Iberia o te estará esperando en Metro o en Caribe.

Leer es un acto paralelo al vértigo. Uno tiene la capacidad de adentrarse en los personajes, ocurriendo a veces que los mismos pueden escaparse por algún pasadizo secreto, como en el famoso cuento de Woody Allen referido a Madame Bovary. Se lee con la sensación de
estar siempre al borde, de apurar las líneas porque alguien está en el teléfono o en la radio.

Tu y yo estaremos, simultáneamente, leyendo eso que ya no será tan interesante: los sueños de Francisco Quevedo, los poemas de Eliseo Diego, esos libros tan locos que hace Pastor de Moya, tal vez algún e- mail de Sahira anunciando un viaje a la nada o la alegría que estalla
si son mis dos o una de mis dos mujeres –Ximena o Ana María- que me escriben desde cualquier lugar del globo.

Se escribe y se lee con el clima. Creo no pecar de determinista geográfico, pero en verdad que lo que pasa tras la ventana o en el adentro tienen que ver con el predominio de la poesía o la narrativa. Los nórdicos son más dados a lo segundo. Por nuestra parte, aquí se
habla en poesía y lo filosófico está en un refranero donde coincidirán Aristóteles, Cervantes, las deidades africanas e incluso los slogans más punzantes.

En el país dominicano del siglo XX y hasta ahora, el autor ha escrito con esa espada de Damocles que es el afuera. Afuera que quiere decir los gustos, la onda, las tendencias, lo que el mercado necesita, lo que el puesto laboral o político exige, lo que el ego demanda.

Lo que pasa con los la literatura también acontece con el naciente cine y con las artes plásticas.

La imaginación dominicana comienza y concluye con la figura de Trujillo.

Las mujeres que escriben, en su mayoría, escriben para mujeres.

Los hombres tienen que demostrar sus habilidades eróticas o heroicas.

Los extranjeros que escriben sobre temas dominicanos siempre acentuarán el calor y el dolor.

Los dominicanos que escriben sobre el extranjero siempre hablarán de Washington heights, descubriendo la tristeza en el subway, haciéndonos llorar con la imagen del dominicano tragado por aquel norte revuelto y brutal que nos desprecia, como diría Martí.

Los dominicanos parecen que tienen que irse a Nueva York para descubrir la tragedia de lo urbano.

¿Cuándo será Los Mina un escenario para una buen novela?

¿Cuándo a un escritor santiaguero se le ocurrirá situar algo interesante en la Calle El Sol o en Sal Si Puedes?

A todos nos endulzan las patrañas de Paulo Coelho o las levitaciones de Isabel Allende o lo que sea de tantos y tantos ahora que valga la aclaración, nunca leeré, tal vez por esa vocación de andar despistado y sin el número de cualquier taxi en estas altas horas de la noche
dominicana.

Si a esto que es la escritura y la lectura se le agrega la puesta en circulación de ambos –las ferias libreras, las puestas en circulación, las mesas redondas-, mejor seguirle la corriente a Pedro Henríquez Ureña y asumir primero aquellas Cien Obras de la Literatura
Universal que el Maestro comenzara a editar en 1938.

Nuestras ferias son eso: lugares para el grito, la demanda, la corredera de los niños, la chispa de un tiempo libre inteligente porque habrá payasos y pizzas a dos por una. Cuando veo a una orquesta de merengue o de lo que sea en una Feria del Libro, me pregunto: ¿en qué contribuye ese tipo de espectáculo a la lectura?

Cuando pienso que una orquesta o un solista cobra por lo menos 30 mil pesos, me imagino haciendo con esos 30 mil pesos una edición de diez libros y un total de 150 ejemplares.

Si sigo aplicando mi lógica de editor independiente, y pienso que esa orquesta o solista no interpretará más de diez canciones, me figuro que cada tema tocado equivaldrá a un libro que podría editar.

Pero así son las cosas. El mundo tiene que picar. Los artistas tienen que picar. Los empresarios, el público, la época, todo mundo tiene que sacar su tajada.

Después que pasan las ferias y el mundo vuelve a su viejo orden, gracias a la divina intervención de Limpieza y Ornato del Ayuntamiento, al final sólo quedarán los libros.

La soledad será recuperada, porque nadie te habrá de leer. La brisa volverá a tu alrededor, y ya no habrá el aire acondicionado y las salas a medio llenar de las puestas en circulaciones. No habrá magos ofertándote descifrar algún misterio de Troya o convenciéndote del
Libro del Guerrero o de algún tantra.

Al final volverás a tu soledad, a la página, a la fantasmagoría, a esa manera inadvertida con que deletreamos los pasajes más deliciosos del poema, el ensayo, la narrativa.

Los merengueros y los funcionarios se habrán largado con sus 30 mil pesos mínimos.

Cada país, cada cultura, se sabe más de la cuenta, tendrá sus gustos.
Me imagino esas obras de casi toda una vida, como las de Fiodr Dostoievsky, León Tolstoy o Thomas Mann, que para asumirlas hay que pensar en largas semanas, en tiempo donde las neuronas deberán estar relajadas para asumir toda esa estepa, la nieve, los líos familiares, las angustias que requieren una meticulosa descripción.

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