¿Habíamos perdido la capacidad de asombro con respecto a la situación de los trabajadores inmigrantes haitianos/as, y con respecto a su prole, y a los hijos de los hijos, nietos…?
Se dice que los humanos tendemos a buscar la seguridad, lo estable, la rutina…y que en consecuencia, nos resistimos a los cambios. Hace unos meses leí en un libro sobre Cómo construir Autoestima, cuya autoría no recuerdo, que los humanos rechazamos tanto los cambios, que sólo las niñas y niños quieren que se le cambie el pañal; pero sólo cuando está muy mojado o frío.
Para las personas que están en una situación muy lamentable esto no es buen negocio. Se acostumbran a la rutina, y esta inercia de los de abajo y de los de arriba en acostumbrarse a situaciones deplorables se destaca en los estudios comparativos sobre cambios sociales, donde se habla de revoluciones o revueltas que se han cuajado durante varios siglos, o en milenios (Barrington Moore, Jr. (2002). Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia (El señor y el campesino en la formación del mundo moderno). Ediciones Península. España).
En los cambios influyen las innovaciones tecnológicas, los contactos entre personas de culturas diferentes, la evolución de la subjetividad y consciencia de las personas y de los grupos sociales, las ansias de dominio, o de conquistas de quienes tienen mayor poder económico, o militar, o la búsqueda de seguridad y bienestar de aquellos/as, cuyas situaciones precarias les impulsa a buscar mejoría. Todo un mundo fascinante para estudiar, o sobre lo que no hay en sociología una teoría general de consenso significativo que explique los grandes cambios sociales en aras de situaciones de mayor democracia social, o que permitan libertades económicas y políticas.
Desde hace unos noventa años han existido los bateyes, los inmigrantes haitianos se han ido, vuelven, no retornan, o se han quedado y han tenido descendientes sobre los que se discute si son dominicanas(os) o no. Y es hace apenas unos añitos que estas situaciones están sobre el tapete con la intensidad actual, desde el cuestionamiento internacional, nacional, y desde las ‘relativizaciones’ que pretenden disminuir la problemática, o se reacciona desde lo legal con contradicciones, o se llega a decir que el “interés nacional” debe estar por encima de un Estado de Derecho. O se llega a decir que si bien son dominicanos por derecho, no lo son por cultura.
Por el fenómeno de la necesidad humana de aferrarse a lo seguro, ya antes señalada, la población inmigrante haitiana se ha acostumbrado a su miseria. Nos acostumbramos a su miseria. A su caricaturización como personas de “muy baja categoría”, personas contra las cuales se nos ha adoctrinado a partir de determinada etapa del régimen de Trujillo, que algunos reseñan por diferentes causales. Hay además de esta socialización interesada de corte etnocentrista, el elemento histórico de la ocupación haitiana durante el período 1822-1844, lo cual ha sido aprovechado para la labor de adoctrinamiento antes señalada.
Pero no todos y todas se han acostumbrado a la marginalidad y a la falta de documentos de identidad, o cualquier documento que le de derechos, enfrentando algunos miles de obstáculos que de manera individual terminan aplastados por la férrea decisión de no facilitar nada. MUDHA y Sonia Pierre con el apoyo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) es un ejemplo de ruptura con esa pasividad de unos noventa años.
Se debate mucho sobre si somos racistas o no, si somos pro-haitianas(os), xenófobos, traidores, pro-dominicanos, anti-haitianos(as), nazionalistas…En fin, calificativos que no resuelven casi nada, por no decir nada, o empeoran la toma de decisiones y el buen ambiente de alegría en la isla.
Como señalaba en párrafos anteriores uno de los factores de cambio es el contacto intercultural, o la construcción de subjetividades o consciencias que pueden romper con los patrones estandarizados de la rutina cultural. Personas sensibles, que siempre han existido como la Madre Teresa, como, Fray Montesinos, Padre Las Casas, Ruquoy, Hartley, …por ejemplo, a los que menciono en honor a sus esfuerzos similares, y que en el caso de Hartley y Ruquoy, por ello ellos no están presente entre nosotras(os), y que han contribuido a que estos temas estén adquiriendo dimensiones de cuestionamiento.. Y son muchos otros sacerdotes jesuitas que se han sentido comprometidos ante la situación socioeconómica de este grupo social, como el sacerdote Regino Martínez en la frontera.
En mi experiencia particular he visto como estudiantes universitarios de otros países quedan realmente chocados ante las situaciones de estos lugares. Y sí pueden captar las particularidades, pues no todas las personas que viven en un batey están en las mismas condiciones. Cuando leo o escucho esto, es muy fácil de determinar que quenes así se expresan no conocen un batey, o sencillamente afirman esto con un poco de ligereza interesada.
O esta reacción de conmoción pasa también con dominicanas y dominicanos como Millizen Uribe que nos narra en su columna Voces Nuevas, el impacto que tuvo en su consciencia visitar un batey. O pasa con dominicanos(as) como Carlos Dore Cabral, Wilfredo Lozano, Juan Bolívar Díaz, Sara Pérez, Zobeyda de Jesús-Cedano…por sólo hablar de algunas de las personas que han escrito últimamente con empatía sobre estas problemáticas en este medio.
A las instituciones que demandan una posición de asumir responsabilidades de ciudadanía, de regulación de estatus ante las(os) inmigrantes haitianas(os) y sus descendientes; al igual que desean un trato respetuoso y justo ante las repatriaciones, se les acusa de vividores de ONGs, antipatriotas, traidores, y de que forman parte de un plan internacional de potencias que buscan la fusión de los dos países, entre otras consideraciones.
Y con decirnos nazionalistas o traidores no se resuelve el diferendo, ni se resuelven las diferencias.
Es notorio que todo el mundo quiere influir en quienes toman decisiones, y en la opinión pública. Es notorio que estamos siendo cuestionados en nuestras rutinas de marginalidades extremas. Es notorio que tenemos que actuar, y que las cosas no están claras.
Es halagüeño que se nos está ayudando a enfocar el problema, y que muchos queremos orden, definiciones, regulaciones, repatriaciones humanamente respetuosas…
Pero es notorio que muchas emociones nos están indicando que tenemos que aprender a respirar profundo ante las diferencias y a aprender a vivir en democracia.
En estos asuntos hay muchas formas de concebir ser patriota…Y de cualquier manera que creamos que es lo mejor, nos convendría un ejercicio teórico y vivencial sobre intermediación de conflictos.
La patria agradecería que sus ciudadanos y ciudadanas aprendiesen a ser más ecuánimes y serenos para procesar las diferencias.
Ojalá que aparezca mucha creatividad y alegría para construir una patria que inspire respeto por asumir las responsabilidades de las que no hemos estado conscientes desde hace noventa años. Y para tener la dedicación de definir y sacar la población inmigrante haitiana que no necesitamos: sin desprecios, con profesionalidad, y de una manera dinámica y significativa; sin dejarnos llevar de mentes un poco aceleradas, que no están a la altura de pensar en la economía dominicana, y sin hacer daño innecesario al mercado laboral que necesite esta mano de obra; y tomando en cuenta los intereses de la mano de obra dominicana, que hoy se considera deprimida. Tomar en cuenta los estudios, los datos, ayudarán bastante.
Mientras…
¡Feliz navidad aún con las diferencias! ¡De seguro que las diferencias siempre han existido en el mundo, y la felicidad también!
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