Papel de los Partidos políticos y crisis financiera mundial: Fafa Taveras

Análisis muy completo sobre la situación de la crisis financiera y su impacto en los partidos políticos, de Fafa Taveras.

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CRISIS, PARTIDOS POLÍTICOS Y PROYECTO DE NACIÓN

Por Fafa Taveras

En la medida que la sociedad cambia, debe cambiar la forma de intervenir en ella.

Los partidos políticos, no importan su denominación, sus ideologías, programas o formas de lucha, son una mediación entre la ciudadanía y el poder.

Surgen desde la sociedad con el objetivo esencial de dirigirla.

Para acercarnos al impacto de la crisis actual sobre los partidos políticos, hay que tener presente que el término “partido” ha sido usado por siglos en las luchas de grupos al interior de las más diversas sociedades. Sin embargo, ha sido en el capitalismo que estos han surgido como expresión directa de Clases, o de fracciones de estas, o corrientes de opinión con una vocación de permanencia en la lucha por el control y dirección del poder.

En tal sentido, las dificultades o crisis cíclicas del sistema capitalista para reproducirse se reflejan directamente sobre los partidos. La historia reciente de América Latina lo confirma. Por ejemplo, cuando las formas de acumulación demandaron control militar, suprimiendo los partidos y/o limitando la existencia de los mismos en nombre de la Seguridad Nacional y excluyendo por razones ideológicas a los partidos más críticos del sistema.

En esta ocasión también, a pesar del autismo que muestran todos nuestros partidos encerrados en sí mismos, consumidos en sus luchas internas, serán inevitablemente zarandeados por la realidad como expresión de las modificaciones y cambios que tendrán que imponerse en todo el sistema capitalista.

Aunque nuestros partidos no lo adviertan, la necesidad de estos cambios es tan evidente como lo es la reconstrucción de una ciudad devastada por un terremoto.

El nivel del desastre que se vive a nivel de la economía mundial explica que un conservador tan notable como el actual presidente de Francia, llamara hace apenas 12 semanas a dos premios Nóbel: Joseph Stiglitz, reconocido crítico de algunos aspectos de la globalización y sobre todo del Banco Mundial y del Fondo Monetario, mecanismos de control en manos de los 7 gobiernos que dirigen el mundo, y a Amartya K Sen, orientador esencial de la nueva visión del desarrollo humano y crítico implacable del reduccionismo economicista de apreciar únicamente los indicadores del crecimiento económico para medir el desarrollo.

Sarkozy les pidió a estos dos premios Nóbel que elaboraran nuevos indicadores que permitan dar cuenta real del nivel de vida de los pueblos.

Y la crisis ha tomado tal dimensión y se despliega con tal rapidez, que sin haber recibido el resultado de su encargo, el presidente de Francia, en su condición de presidente de la Comunidad Económica Europea, ha llamado a la vieja Europa y al resto del mundo a refundar el capitalismo.


Frente a este cuadro estamos obligados preguntarnos.

¿DE QUÉ CRISIS HABLAMOS?

Nuestro presidente, el doctor Leonel Fernández, al referirse a la presente situación de la economía mundial ha dicho: “Lo que está en crisis es el modelo neoliberal, no el sistema”. Juicio reforzado por decenas de analistas, y parcialmente por el reconocido intelectual de la izquierda norteamericana, Noam Chomsky, quien expresa:

“Los orígenes inmediatos del presente desplome están en el colapso de la burbuja inmobiliaria supervisada por el presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, quien sostuvo la economía de los años de Bush amalgamando el gasto en consumo fundado en deuda con la toma de préstamos del exterior.

“...Pero las raíces son más profundas. En parte, se hallan en el triunfo de la liberación financiera de los últimos 30 años, es decir, en las políticas consistentes en liberar a los mercados lo más posible de regulación estatal.”

CONSENSO DE WASHINGTON

Tras la caída del Muro de Berlín y del reordenamiento de la Unión Soviética, el capitalismo se sintió sin adversario y dueño absoluto del Mercado Mundial. El llamado Consenso de Washington en 1990, estableció las guías para consolidar aquella victoria, recogida en lo esencial en la receta que el FMI popularizó desde entonces:

Reformas fiscales para ampliar la base imponible.
Liberalización financiera, especialmente los tipos de interés.
Tipos de cambios competitivos.
Liberalización comercial.
Apertura a inversiones extranjeras directas.
Privatizaciones.
Desregulaciones.
Garantías de derechos de propiedad.

Desregulado, el capital financiero se lanzó a la apropiación y control de todos los mercados.

Seducido por la magia de la nueva realidad Estados Unidos se des-industrializó, reforzando su condición de centro financiero del mundo, acelerando la informatización de la economía financiera.

Llegó a tal grado esta informatización, que las operaciones de las bolsas podían seguirse desde máquinas programadas por ejecutivos financieros para actuar a la velocidad de la luz en miles de operaciones al día. De hecho, la economía financiera se hace virtual y al mismo tiempo se pone fuera de cualquier control.

Desde este posicionamiento, cada vez más autónomo, la economía financiera podía influir en todos los niveles de la sociedad mucho más allá de lo estrictamente económico. A tal grado, que en amplios círculos se acepta que el movimiento libre de capitales ha creado una especie de “parlamento virtual mundial de inversores y prestamistas”, que inciden y controlan los programas económicos y sociales de los gobiernos, expresándose en contra o a favor de los mismos. Si sus posiciones son ignoradas pueden votar por las fugas de capitales, ataque a las monedas locales y al conjunto de instrumentos que la liberalización financiera pone a su disposición.

Nunca antes, ni con guerras, terrorismo e intervenciones, el capital había alcanzado tanto poder sobre los pueblos.


Tampoco nunca antes se había visto tanta indiferencia frente al lastre del sistema.

LOS OBJETIVOS DEL MILENIO

En 1990, paralelo a la oficialización del llamado Consenso de Washington, se suscribieron Los Objetivos del Milenio, encabezados precisamente por el compromiso de “Reducir a la mitad entre 1990 y 2015, la proporción de personas extremadamente pobres, con ingresos inferiores a un dólar por día”, que al 2005, según anunció el Banco Mundial el 26 de agosto de este año 2008, alcanzaban la astronómica cifra de 1400 millones de personas.

1400 millones de personas sin agua potable, ni energía eléctrica; sin servicios de salud ni educación, mientras, los inmensos recursos del capital acumulado se concentraban en el campo virtual de la especulación, al tiempo que los objetivos del milenio no se cumplen por falta de recursos.

Así, viento en popa, el comercio del mundo crecía y las deudas de los pueblos también, sin reparar en los efectos de la aplicación de la receta del Consenso de Washington en los países en desarrollo.
Esto es: bancarrota de gran parte de los productores locales, que acostumbrados a la protección estatal y a la evasión, no desarrollaron a tiempo la debida capacidad competitiva que les permitiera resistir la avalancha de la apertura comercial.



Sin ninguna perturbación los magnates de esta apertura sólo valoraban los indicadores de las ganancias. Que estas ganancias no procedieran de la creación de riquezas, pero sí de la ampliación ilimitada del crédito sin garantías, o de los negocios a futuro, o de los múltiples juegos de valores en las bolsas, no tenía importancia.

Tampoco tenía importancia que estas políticas del Consenso de Washington mostraran su peor rostro en la crisis de la economía mejicana, que obligó al gobierno de Estados Unidos a facilitar a su vecino créditos multimillonarios de emergencia; o en el sudeste de Asia, donde Joseph Stiglitz, en el Malestar de la Globalización, calificó –antes de la crisis actual, aquélla, como la peor desde la gran depresión de 1929; o que los vientos de la liberalización casi llevaran al Estado argentino a la bancarrota.


Todos estos hechos, sólo se apreciaban como oportunidad para ampliar el mercado especulativo y fortalecer el poder del capital financiero sobre deudores y receptores de inversión extranjera, con quienes en sus dificultades siempre se podía alcanzar una rentable renegociación.

Nada conmovía la codicia de los especuladores financieros, hasta que la crisis estalló en su propia casa.

PÁNICO EN ESTADOS UNIDOS


Las noticias acerca de la crisis económica en Estados Unidos y sus repercusiones en el mundo, son tan recientes y tan masivamente divulgadas que podemos concentrarnos sólo en algunos aspectos relevantes de la misma.

La crisis hipotecaria parecía, al principio de divulgarse, una dificultad sectorial que podía aislarse. Pero las causas de aquella crisis apuntaban fuera del sector.

La incapacidad de pago de cada vez más propietarios de viviendas puso en evidencia una práctica bancaria generalizada: conceder créditos hipotecarios sin indagar la capacidad de pago de los beneficiarios.

Esas hipotecas peligrosas eran empaquetadas, vendidas y revendidas al mejor postor. Los bancos de inversión compraban estos créditos. Las agencias de valoraciones les daban su visto bueno y arrastraban bancos y fondos de pensiones y de seguros del mundo entero que andan tras la búsqueda de réditos altos y fáciles.

El pánico estalla cuando se conoce que los principales bancos y agentes financieros de Estados Unidos están profundamente contaminados, en bancarrota, o a la puerta de esta:

1. -Citigroup
2. -Goldman Sachs
3. -Morgan Stanley
4. -Wells Fargo
5. -JP Morgan Chase
6. -Bank of America
7. -Merrill Lynch
8. -State Street
9. -Bank of New York Mellon Corp.

Además, la industria automotriz prácticamente quebrada.

De hecho, se declara una emergencia general en Estados Unidos. Decenas y decenas de empresas hacen públicas sus pérdidas, aumenta el desempleo, caen las ventas y millones de depositantes de dentro y fuera del país, preocupados por sus fondos presionan para que La Reserva Federal y el presidente presenten a la carrera un paquete económico, garantizando los fondos de todos los depositantes y recapitalizando los bancos pretendiendo apaciguar la crisis y salvar al sistema.

Pero la crisis se expande en Europa y Asia, anunciada con la caída de todas las bolsas y la intervención de todos los gobiernos para llevar a cabo la más grande transferencia de recursos en toda la historia del capitalismo, poniendo en evidencia que en el actual proceso de globalización es imposible detener la hemorragia de esta crisis con ningún torniquete local, por lo demás insuficiente y tardío.

De ahí que los gobiernos del mundo desarrollado tienen que ponerse al frente de la crisis y en medio de consultas bilaterales permanentes, convocar a una cumbre mundial para tratar la presente crisis.

UNA CRISIS MÁS ALLÁ DEL MODELO

Los vientos de la crisis no se han detenido y las consecuencias de la misma, en gran medida, están por verse. Pese a estas limitaciones, lo que hemos visto nos resulta suficiente para entender que esta crisis va más allá del modelo.

En definitiva, el capitalismo es la organización social basada en la propiedad privada y el mercado. El Estado es el garante de la reproducción de esta forma de organización social. Lo es con la elaboración y aplicación de las leyes que permiten la convivencia. Con la prestación de servicios de salud, educación básica, seguridad y protección ciudadana. Con la creación y mantenimiento de la infraestructura necesaria para la dinámica del sistema.

En los momentos de auge de la economía ha primado el mercado. En las dificultades y crisis que periódicamente entorpecen el mercado, el estado carga con los costos y asume la responsabilidad de rehabilitar el funcionamiento del mismo.

Si esta crisis, tal como apreciamos nosotros, va más allá del modelo neoliberal que ha colapsado, se impondrá una reestructuración necesaria del capitalismo.

En este sentido, el llamado del presidente de Francia a refundar el capitalismo parece pertinente, pese a las críticas del presidente Bush defendiendo el Libre Mercado..

FLEXIBILIDAD DEL SISTEMA

Una de las características más notable del capitalismo, es la capacidad para integrar en su dinámica las novedades que le impone la vida.

Tras la prolongada recesión económica que siguió a la crisis de 1929, Franklin Delano Roosevelt asumió, como presidente de Estados Unidos, la responsabilidad de reactivar aquella economía. Para esto promovió grandes inversiones públicas en la construcción de infraestructura, al tiempo que estableció oficialmente el horario de 8 horas de trabajo, aumentó el salario mínimo y se creó la Seguridad Social norteamericana, asegurándose de este modo un sostenido crecimiento y expansión de la economía que duró más de 40 años.

Ahora, los problemas son globales y múltiples y por lo tanto la crisis debe ser enfrentada desde la cooperación internacional.

Desde luego, más allá del dilema de más Estado o más Mercado.

Ahora debemos pensar en más institucionalidad.
Más equidad.
Más solidaridad y responsabilidad social.
Más transparencia.
Menos impunidad.
Más fiscalización y control ciudadano sobre las ejecutorias públicas..

Está claro también que las soluciones no podrán obviar el tratamiento de las instituciones que a nivel global regulan las relaciones económicas a todos los niveles. Esto es, Banco Mundial; Fondo Monetario, Organización Mundial de Comercio.

II


DESAFÍO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Si como dice Giovanni Sartori que democracia es: “sistemas y regímenes políticos donde el pueblo manda”, tenemos que asumir el concepto pueblo como unidad y al mismo tiempo como expresión de la diversidad de clases y sectores que lo conforman.

Y en este reconocimiento está la necesidad de la representación política y de los sistemas políticos de partidos. Al mismo tiempo que definida la función esencial de esta representación, que no es otra que mediar entre la población y el poder.

Cuando se gana el derecho de gobernar el partido es el responsable de la conducción del mismo. En la oposición, el partido es la contraparte del gobierno.

PARTIDOS Y ACTUALIDAD

Asistimos a una situación que no puede obviarse.

A nivel internacional, catastrófica.

A nivel nacional, insoportable.

Lo sorprendente es que todos nuestros partidos están replegados sobre sí mismos. Los del poder, aprovechando las condiciones de estar arriba.

Los de la oposición, consumiendo sus energías en confrontaciones y debates internos.

Las masas populares y la población en general están sin orientaciones y sin acompañamiento.

Se olvida que el papel del partido siempre será: Recoger las demandas populares, depurarlas, darles coherencia y a la luz de la visión del partido sobre la sociedad y el poder, encauzarlas.

Si está en el poder, para que estas demandas sean incluidas en los planes oficiales y satisfechas.

Si está en la oposición, con mucho más razón se precisa de una estrecha relación con las masas.

IMPORTANCIA DE UN PROYECTO DE NACIÓN

A la luz de los cambios actuales:

¿Hacia dónde va el país?

El desafío de comprender la actualidad y el despliegue de la misma hacia el porvenir obliga a los partidos políticos a entender lo que ocurre y elaborar las guías para enfrentar este desafío.

Desde luego, las guías adecuadas para enfrentar el porvenir no podrán surgir de la simple competencia partidaria. Estas guías tienen que surgir de un nuevo compromiso de Nación que supere la práctica partidaria generalizada, de asumir los programas políticos como simple propaganda o como responsabilidad exclusiva de los gobiernos de turnos.


Para este compromiso, Los Objetivos del Milenio son una buena referencia, reforzados por las exigencias que la crisis actual ha puesto sobre la mesa, de que necesitamos a todos los niveles una nueva institucionalidad con transparencia y sin impunidad:

En la lucha contra la pobreza.
En educación.
En salud.
En tecnología.
En competitividad.
En energía.
En seguridad ciudadana.

Ninguno de estos problemas podrá enfrentarse con éxito desde las prácticas tradicionales que han caracterizado nuestros gobiernos.

Necesitamos un Compromiso de Nación, para que en el poder nadie invente y se pueda desarrollar un programa que trascienda los periodos presidenciales.

Necesitamos este Compromiso de Nación para evitar la ingobernabilidad, para evitar que la población se canse de las denuncias y tome el camino de las protestas, las movilizaciones y la desobediencia civil.

Para alcanzar un Compromiso de Nación, como hace falta, tenemos que recuperar el valor de la política como servicio y desterrar la práctica de la degradación comercial que la acompaña.

Para lograr un Compromiso de Nación estamos obligados a modernizar nuestros partidos, tanto en su vida interna como en su relación con la sociedad.

Estamos obligados también a superar la vieja idea de que la única ética de la política es lograr los resultados que quiere el príncipe, sin importar los medios para lograr estos resultados.

Para construir el Proyecto de Nación que necesitamos es imprescindible practicar los valores que predicamos.

Si pasamos por alto esta oportunidad para avanzar hacia un Compromiso de Nación, les estamos abriendo las puertas a:

EL CAUDILLISMO DE LA POST MODERNIDAD.

La seducción de las masas siempre es posible, usando lo inmediato como la base del discurso que recoge lo que las masas quieren oír.

Y apoyándose en la miseria y la desesperación de estas recurrir al clientelismo, a los subsidios víspera de las elecciones y estimular el camino de la rentabilidad del cabildeo.

De este modo, no hay que cancelar la oposición.
Se anula..
Se desnaturaliza.
Se corrompe, reduciéndola a una existencia formal.

De este modo, se concentra el poder en manos del Ejecutivo.

Se atomizan los demás poderes y se funda el nuevo caudillismo.

El caudillismo de la post modernidad.

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