Muy buena síntesis histórica crítica sobre las debilidades de la cultura política dominicana. Diógenes Céspedes básicamente señala que no se ha construído un Estado nacional dominicano con el pueblo, y que aún predominan en la política el patrimonialismo, el clientelismo y los intereses particulares, teniendo nosotros/as, una sociedad débil institucionalmente, y excluyente de los pobres del pueblo.
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Cultura política dominicana, 2009
Por DIÓGENES CÉSPEDES | © mediaIsla
No niego que me ilusioné un poco con la reforma constitucional de 1994 cuando estatuyó la separación de las elecciones presidenciales de las congresuales y municipales, el 50 más un voto para ganar en primera vuelta y si no, una necesaria segunda vuelta, la creación del Consejo de la Magistratura (aunque coja), pero que nos alejaba de la facultad del Senado controlado siempre por el Poder Ejecutivo para nombrar a los jueces.
Muy pronto, la cultura política de las clases sociales dominicanas comenzó a desmentir esa pequeña ilusión de que al fin se iniciaba el largo proceso de institucionalización del país (algún día tenía que comenzar). Mis desilusiones no se hicieron esperar cuando Balaguer puso en el poder al minoritario Partido de la Liberación Dominicana al agenciarle el apoyo político del empresariado, la Iglesia, los militares, la inmensa masa de pobres y clase media que el viejo caudillo había mantenido enfeudados a través del clientelismo y el patrimonialismo.
Esta alianza política la creó Balaguer para impedir que José Francisco Peña Gómez alcanzara la presidencia de la República. Aunque fuera un engendro, en razón de los manejos con que semejante Frente Patriótico se produjo, ambas fuerzas estaban en su derecho de aliarse, pero el etnocentrismo y el racismo exacerbados donde desembocó, me llevaron a iniciar el estudio de la psicología de las clases sociales desde el siglo XVIII hasta el XX y a examinar cómo habían surgido los diferentes movimientos sociales, levantamientos de esclavos, cesión de la parte oriental a Francia en 1795, guerra de Juan Sánchez Ramírez para expulsar a los franceses y volver al dominio español; y, finalmente, las invasiones haitianas de Louverture, Dessalines y la ocupación de Boyer en 1822 que dio al traste con la llamada independencia efímera de José Núñez de Cáceres.
Luego me adentré el estudio de la composición de las clases sociales durante el período de ocupación y el movimiento que estas produjeron para separarse de Haití en 1844 y volver, con la reacción conservadora de Pedro Santana y los hateros, al dominio español con la Anexión de 1861. Afinqué los ojos en la Restauración iniciada en Guayubín con los antecedentes de José Contreras en Moca y los mártires de San Juan para comprobar cómo la guerra de guerrillas y la carga del machete inventadas por Mella condujeron a las fuerzas restauradoras a expulsar a los españoles en 1865.
Pero mi sorpresa más grande se produjo cuando todavía el olor a pólvora no se había desvanecido y los patriotas restauradores perdieron en 1866 el poder político. A través del mismo tipo de combinaciones políticas imperiales que llevaron a Balaguer al poder en 1966, de igual manera llegó al gobierno Buenaventura Báez. Con el apoyo de su aliado el Cónsul del Imperio Español Español Antonio María Segovia, Báez aceptó de hecho su inscripción en el Libro de Matriculación como ciudadano español al aceptar su apoyo para llegar al poder en 1858. En esa virtud, amigo y aliado de Segoria,durante toda la guerra restauradora se mantuvo alejado de la contienda y aceptó los dineros que le agenciaba el cargo de Mariscal de de Campo de los Ejércitos Españoles.
Todas esas acciones caricaturescas y rocambolescas me condujeron a preguntarme qué había sucedido con la República Dominicana de los Trinitarios y Restauradores; qué había ocurrido con todos esos principios y Constituciones altisonantes que proclamaban los derechos humanos de 1789 en una nación y un Estado nacidos en 1844 desvanecidos en 1861, acogotados durante casi 17 años por la mano férrea de Ulises Heureaux, el autoritarismo de Cáceres, el desorden de Concho Primo, la intervención militar norteamericana de 1916-24 y la larga dictadura de Trujillo, el golpe contra Bosch y el surgimiento del Triunvirato.
Ese panorama grotesco me condujo a rastrear las causas y las consecuencias del drama dominicano y cómo los libros de historia "patria" e historia "nacional" las habían maquillado en nombre de ideologías, mitos y leyendas de un pasado glorioso cuyas familias ancestrales se remontaban al Descubrimiento, pero más específicamente a la prosperidad de la Colonia desde Nicolás de Ovando hasta su colapso en 1577 con la caída de la producción azucarera debido a las leyes proteccionistas del Imperio Español.
Pero ahí estaban los textos escondidos, camuflados, olvidados y sus autores satanizados; ahí estaban, aunque dispersos, los textos que explicaban la psicología y la cultura política de los dominicanos desde la Colonia y desde 1844 hasta hoy. Ahí estaban los textos de Américo Lugo, Hostos, Mariano Cestero, Rafael Augusto Sánchez, Juan Isidro Jimenes-Grullón, Galíndez, Pérez Cabral, José Cordero Michel, Luis Felipe Mejía y, finalmente, los de Juan Bosch, quien a partir de la publicación de "Composición social dominicana" en 1971 no cejará en su empeño de desmontar la saga novelesca de los historiadores dominicanos acerca del glorioso pasado de la fundación de la república en 1844 convertida por arte de birlibirloque en Estado nacional burgués a la moda europea o norteamericana por los llamados espíritus liberales del siglo XIX y repetida, por conveniencia política, por los politiqueros de turno.
Ahí está el maestro Américo Lugo, el primero en demostrar que la incultura política y la falta de conciencia nacional del pueblo dominicano le impidieron, desde 1844, crear una nación y que nuestro Estado, surgido con Santana, fue fundado sobre el pueblo, no sobre una nación, el cual resultó una caricatura de nación y una caricatura de Estado sostenidos por la única cultura política que han conocido hasta hoy los dominicanos y dominicanas: el clientelismo y el patrimonialismo.
Basado en este clientelismo y patrimonialismo es que tanto Lugo como Bosch y los demás autores serios que han tratado el tema concluyen en que por más Constituciones liberales o conservadoras, por más reformas constitucionales que se den las clases sociales que en un momento detentan el poder de ese Estado, estas serán siempre un fracaso. Y se realizan tales reformas para fingir que somos un país moderno, a la altura de las mayores democracias del mundo, pero estas, como decía Martí cuando analizaba el constitucionalismo latinoamericano, no traducen otra manifestación que la incongruencia con la realidad a través de la exclusión total del indio, del negro, del mulato, en fin, de todos los pobres, sin los cuales no existe el pueblo y no hay Estado nacional.
Las Constituciones surgidas sin la participación del pueblo son letra muerta y sus modificaciones son la revelación de las pretensiones sociales de sus autores, quienes al poseer un poder mayor que el de las clases sociales excluidas, legislan para el mantenimiento y reproducción de sus intereses particulares, edulcorados y mixtificados a través de la manipulación de los medios, el uso de la demagogia y la retórica barata como sinónimo de la voluntad popular. [Diógenes Céspedes: escritor dominicano, Premio Nacional de Literatura 2007]
http://acariciando.blogspot.com
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