¿No sirven las mujeres emigrantes dominicanas qué ejercen la prostitución?
En los artículos que he escrito sobre diferentes aspectos de la vida de las mujeres, un señor, sin identificarse, viene reclamando que escriba sobre el por qué tantas mujeres dominicanas ejercen la prostitución fuera del país.
Por las palabras que acompañan el pedido está claro que la posición de este señor es de condena de este oficio y de las mujeres que lo ejercen.
Me resistía a escribir sobre este tema, porque en mi mundo no es un tema que tenga muchas novedades. Pero, ¿por qué no escribir sobre las trabajadoras sexuales desde el corazón, desde la intuición, desde la representación social de un interior revolucionario y provocador, desde mi experiencia con ellas y con la sociedad, y desde las propias voces de las trabajadoras sexuales?
Aclaro que en los predios feministas se habla de trabajo sexual y no de prostitución, en aras de superar palabras estigmatizadoras sobre este oficio y sobre quienes lo ejercen y lo contratan.
Vayamos por parte:
Masajear un pene, permitir que otro cuerpo penetre en su cuerpo, escuchar una persona mientras se toman tragos, o aún sin tomar tragos, ayudar para que suceda la descarga de energía sexual mediante la masturbación, o el coito, en compañía, no en plena soledad, facilitar la aceptación de la desnudez del cuerpo y del alma para que hombres se desinhiban frente a las mujeres, apoyar ante los temores frente a las capacidades de abordar a otros seres, tocar cuando no hay capacidad para establecer contactos físicos con empatía emocional, acompañar la soledad, hacer que otro ser pueda volverse más experimentado para entrar y sacar el pene, y sentir con una mujer, servir de catalizadoras para aumentar la autoestima entrando en contacto con otro ser humano, permitir que otra persona pueda disfrutar la sensación de libertad, de variedad, de conquista, son algunos de los servicios que se prestan en el ejercicio del trabajo sexual. Necesidades muy viejas entre los varones. Por estas demandas desde lo masculino, se dice, que es uno de los oficios más antiguos en el mundo.
Si algo hay que cuestionar en esta actividad comercial, es la crianza en el machismo, con la que se insiste en insensibilizar a los varones, en las divisiones de género que separan y mutilan las relaciones armoniosas entre niños y niñas, lo que luego dificulta la confianza del hombre para tratar a las mujeres.
Dificulta también la armonía entre hombres y mujeres, la separación entre los conceptos que se tienen de las mujeres, como unas de las calles, y otras de la casa. Son factores que contribuyen a que los hombres necesiten de este tipo de servicio, así como se necesitan de los servicios personales de masajes, de arreglo del pelo, de baño sauna, de gimnasio. Estamos frente a necesidades de cuidado entre los humanos.
Hay que saber que se ejerce el trabajo sexual, cuando se ha tenido el valor de desafiar a todos “los propietarios” del cuerpo de las mujeres, y porque los mismos propietarios y sus instituciones hegemónicas así lo permiten. Y aunque han osado, y osan prohibirlo no se hace efectivo, porque este oficio llena necesidades tan vitales para los hombres, que esto hace que el mismo se siga imponiendo en su realización. Es este uno de los tantos conciertos poco armoniosos de la doble moral que caracteriza a las sociedades patriarcales. Se condena, pero a la vez se ejerce. Se condena a la mujer que atiende la demanda, más no al demandante.
La mujer que usa su cuerpo, disponiendo de quien lo toca, y cuántas veces decide que se toque, poniendo un precio por el mismo, supuestamente está cometiendo una afrenta. Se trata de una amenaza a la propiedad de los cónyuges varones de parte de las parejas “oficiales”, a los cuáles no se les pide cuenta, pero sí a la mujer que ejecuta el “abuso” de usar con libertad su cuerpo, sin estar bajo la tutela y el poder de un único dueño.
Siempre he tenido sospechas sobre la legitimidad de las condenas o prohibiciones de la sexualidad. Me he preguntado, y me pregunto: ¿Por qué recurrentemente se ha querido presentar las actividades sexuales como pecado? Temas tales como que la sexualidad es sólo para procrear, o que el pecado se instaló en el mundo por este ejercicio de parte de los primeros habitantes, me parece contradictorio con la naturaleza humana, y con una de sus fuentes de placer.
Entonces…, hay personas que viven de dar masajes, por ejemplo, pero esto, el patriarcado no lo condena, porque esto no tiene que ver con los genitales. El que la mujer tenga el control de sus genitales, y haga negocios con ellos, suele verse en el patriarcado como una amenaza al control de la mujer, el ésta atreverse a “disponer de algo que le pertenece a los hombres”, o los padres, o a los hermanos, o a sus posibles enamorados o maridos. Pienso que es por esta atribución de propiedad sobre los cuerpos de las mujeres, que hay tanto rechazo y estigmatización al trabajo sexual como oficio, y hacia las mujeres que lo jercen.
En los párrafos que me anteceden he querido dejar bien claro que estoy rechazando todo concepto sobre la sexualidad como pecado, como algo malo, aún cuando alguien paga para que se le toque el cuerpo, o cuando se recibe dinero para tocarlo. Cualquier práctica sexual sólo es negativa si no es voluntaria, si genera opresión y sufrimiento. Si las mujeres negocian para dejar que se toque su cuerpo, y para tocar otros cuerpos, eso refleja hambre. Hambre de algo que ellas facilitan, y algo de hambre en ellas. Ya hemos descrito párrafos más arriba lo que entendemos motiva en algunos hombres el acudir al trabajo sexual.
Pero, ¿cuáles hambres?, ¿hambres de qué tienen las mujeres para ejercer trabajo sexual? He aquí una pregunta que tiene una respuesta harto conocida. Desde los setenta el sacerdote y Trabajador Social Gregorio Lanz determinó en un estudio en la PUCMM Santiago, que la mayoría de las trabajadoras sexuales en el cibao eran pobres. Y esta pobreza, en sus niveles se puede relativizar con el paso de los años, a nivel del país y del mundo. Las trabajadoras sexuales en su mayoería son pobres, tienen baja escolaridad, y ese entonces procedían, principalmente de las zonas rurales. ¡Que casualidad!, las trabajadores sexuales en su mayoría tienen un origen social pobre. ¿Entonces, son sólo las pobres las “chiviricas… ¿por qué este azar tan selectivo?
Hablo de chiviricas, o se puede hablar de desenfreno sexual, para no usar otras palabras, que usualmente se usan para referirse a las trabajadores sexuales.
Mi primer trabajo de campo de investigación cualitativa cuando estudié Trabajo Social fue entrevistar a ocho trabajadoras sexuales en el Barrio Ensanche Bermúdez en Santiago. En el mismo debía indagar sobre su situación de clase social y origen, sobre sus aspiraciones y planes. En ese entonces comprobé igual que Lanz que todas eran pobres, provenían de hogares pobres, y sus planes estaban cifrados en poder emigrar del país buscando nuevos horizontes económicos.
En esa materia todo sigue igual. Las mujeres dominicanas emigran, y ejercen este oficio por razones estructurales de desigualdad y pobreza en nuestra sociedad. Pobreza más acentuada en las mujeres por razones de desigualdades de género que se viene llamando en el establisment de la teoría de género feminización de la pobreza.. Heredamos una sociedad no redistributiva en lo social, con pobres políticas sociales. Y en estos días que se está evaluando la figura de Joaquín Balaguer y sus méritos y desméritos, nos sostenemos en Miguel D Mena para fortalecer este argumento, cuando éste establece el desempeño del Balaguerismo como negativo para el país en lo social, y nos habla como una característica y uno de los impactos heredados de sus gobiernos, es la situación de pobreza que aún tenemos en el país, y como un resultado indeseado de esta pobreza, la emigración de las dominicanas: Nos dice D Mena hablando del fenómeno en España:“ Bollain y Almodóvar nos retrotraen al mundo de las inmigrantes, a las más de cincuenta mil mujeres que con su sudor, con todo tipo de sudores, nos revelan la pobreza de nuestros campos, la esperanza de cambios, …”. (2005, Mencionar, pensarnos, desde España y con agenda pendiente, www.cielonaranja.com). Esta percepción es universalmente compartida.
El cuestionamiento de esta práctica laboral o negocio, debería de fundamentarse en razones concernientes a la calidad de vida que permita o no este trabajo, a la peligrosidad del mismo, no en consideraciones maniqueas de que son personas que no sirven o son malas, o degeneradas, o sinvergüenzas, o que se trata de mujeres “chiviricas” o a las que no les gusta trabajar. Este es un trabajo, y… ¡qué delicado y arriesgado trabajo! Por él se consiguen ingresos mejores, y permite conservar una supuesta mayor libertad y se cree da más glamour en el arte de vivir.
Como muchas personas no analizan los fenómenos como hechos sociales, entienden que el trabajo sexual es algo que se hace por placer. Nada más lejos de la realidad. Hay que sí destacar que las mujeres dominicanas que hacen este oficio, por algunas razones de nuestra idiosincrasia deben ser afectivamente cálidas, capaces de la empatía y adaptación hacia las personas en general, y hacia las diferentes, pues eligen este mercado laboral, en distintos países y lo visualizan como una alternativa a sus necesidades económicas. Se habla del color de su piel, de la forma de su cuerpo, como elementos que la hacen deseadas en esos mundos en su calidad de emigrantes sean más sumisas que las lugareñas mejor muy bien establecidas, y quizás más exigentes. Pero también en medio de voluntad y autoengaño, en muchos casos, hay muchas mujeres que caen víctimas de los negociantes de trata humana que las engañan, y prácticamente las mantienen secuestradas por deudas, y con amenazas y manipulaciones.
Mundos precarios sí, a pesar de nuestra comprensión, porque lo ideal es que el cuerpo se toque con otros cuerpos con más libertad, con menos riesgo para la salud, por afinidades propias del atractivo espiritual y erótico, no por necesidades económicas.
Si de algo se puede acusar a las mujeres dominicanas que ejercen trabajo sexual es de tener demasiado valor y deseo de progreso. Es de negarse a aceptar muy bajos salarios, y a permanecer muy subyugadas en casas de familia, o en fábricas, con amplias jornadas, sin ver los resultados económicos mínimos para una vida con las necesidades elementales cubiertas, y sin ahorros, ni siquiera para tener una casita propia. Se puede acusar a las mujeres de arriesgarse en extremo, dando grandes saltos por los mares, y por tierra, acompañando con su empatía y afabilidad, los vacíos afectivos y la frialdad de otros mundos.
El alma de las trabajadores sexuales nos dice que quieren una sociedad de más bienestar económico y con políticas de bienestar social. Esa almas nos exigen cambios, igualdad, bienestar, cambios en la cultura de discriminación de género. Si esos aportes olvidémonos de condenarlas.
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