Acá la vida de dos personas vinculadas al tema Haití y RD. El sentir de una mujer dominicana de ascendencia haitiana, Inoelia, eso no lo sufre quien no tiene la problemática de la negación de sus compatriotas. Y las peripecias de un refugiado político.
La República
JOSEPH CHERUBIN
La otra cara de Haití en RD
María Isabel Soldevila - 4/15/2007 12:00:00 AM
509,994 HAITIANOS Y SUS HIJOS VIVÍAN EN EL PAÍS PARA 2002, SEGÚN FLACSO
SANTO DOMINGO.- Una niña de ojos grandes, negros, riega abono en el terreno en que—una vez más—verá crecer la caña que su padre cortará. Esa niña sueña y se indigna— sin conocer aún lo que significa la palabra indignación— porque los personajes de las novelitas rosa que le presta Víctor, un dominicano de “pura cepa” que hasta zapatos tiene, viven vidas fantásticas que ella sólo puede imaginarse. Cuando esa niña nació en 1948, los sueños no eran abonados en los bateyes como Bermejo. Pero Inoelia Remy Yantiel se atrevió a cultivarlos.
El 17 de abril de 1998, cincuenta años después de que Silvia Yantiel y Elías Miguel Remy la trajeron al mundo, la menor de siete se hizo abogada. El diploma cuelga en una pared principal de su despacho en la Asociación Pro-desarrollo de la Mujer y Medio Ambiente, inc., institución que dirige desde su fundación en 1994 y que ha llevado agua y pequeños negocios de cría de cerdos y conejos a su comunidad de origen. La vida en el batey no fue fácil, recuerda Remy.
La veían como un ser extraño, ensimismada en lecturas del Reader’s Digest, abriendo más aún sus grandes ojos para aprender sobre un tal Perón en un lugar llamado Argentina, o sobre una rubia Marilyn Monroe de un idílico Hollywood. “Nono”, como la conocían en su casa, se hundía en esas páginas y olvidaba aprender la receta del pan casero, ante el reproche de las mujeres del barracón. “Pero mamá me defendía. Les decía: ‘Nono conoce punta de lápiz’”, para que la dejaran tranquila.
Leer revistas parecía un pasatiempo fuera de lugar en un batey. Cuando los trabajadores recibían la paga, aquellos papelitos de colores eran canjeados, y vendedores llegaban de todas partes. Vendían revistas usadas, que servían para decorar las paredes de los barracones.
“Así conseguí mi primera Reader’s Digest. Mi hermano consiguió que se la dieran de ‘ñapa’, porque las páginas eran muy pequeñas como para decorar y nadie las compraba”, cuenta Remy.
Mientras la pequeña “Nono” construía un universo en su cabeza, el mundo de la caña a su alrededor le daba baños fríos de realidad.
“En el batey la gente está añorando irse. Son seis meses de trabajo y otros seis de puro sobrevivir”, dice la hoy abogada, y aún se estremece. “En 1959, nos dividieron en barracones diferentes. A los haitianos de un lado—y con ellos a sus hijos—y a los dominicanos ‘de pura cepa’ del otro. Teníamos mucho miedo, pues pensábamos que nos iban a matar, como en el 37”.
La vida fuera del batey En 1966, “Nono” dejó de ser “Nono”. Aquí, en el mundo de afuera, Inoelia Remy Yantiel, dominicana de ascendencia haitiana, pasó “las mil y una”, según cuenta.
Se fue a vivir con una amiga, la hija del jefe de tiro del batey, quien había logrado salir al casarse con un hombre “que le hizo un ranchito en Gualey”. Su origen y el color de su piel fueron motivo de burla más de una vez.
La mayoría de los inmigrantes haitianos, un 71%, manifestó, sin embargo, no haber sido ofendido por dominicanos debido a su origen, según la Encuesta sobre inmigrantes haitianos en República Dominicana (OIM y Flacso, 2004). El activismo comunitario, la participación en sindicatos y grupos de izquierda como la Unión General de Trabajadores Dominicanos (UGTD) y el PACOREDO, la ayudaron a encontrar su lugar fuera del batey.
La pequeña niña que regaba abono con sus hermanos, no negocia su terruño. En Haití le dicen dominicana y en República Dominicana le dicen haitiana. Inoelia Remy Yantiel, al igual que los cerca de 250 mil hijos e hijas de haitianos que la OIM y Flacso estiman hay en República Dominicana, vive en una especie de tierra de nadie.
Pero ella asegura que su corazón está en este lado de la isla, sin renegar de sus orígenes. “Cierren los ojos y piensen que no tienen casa, que alguien les dice que ustedes no son lo que son, que no son de donde son. Nadie puede decirme que no soy de donde nací, de donde aprendí el Quisqueyanos valientes... nadie ama este país como yo”, dice, emocionada, Inoelia Remy Yantiel, domínico- haitiana.
DICHOSO
Joseph Cherubin se declara un hombre con suerte. Hace 22 años que llegó de Haití, dos décadas en las que su vida ha dado un giro radical. Habla un español machacado, sazonado de creole haitiano, del que él mismo se burla sin ninguna vergüenza. “Yo nunca fui a la escuela pa’ aprender (español). Yo me aplatané aquí. Los hijos míos ríen muchísimo, me corrigen. La gente se burla, a mí no me importa eso”.
Nunca pensó que él, un enfermero del hospital militar de Puerto Príncipe durante la dictadura de Jean-Claude Duvalier, proveniente de una familia de clase media-su padre era dueño de una panadería en el barrio Matissantacabaría en esta parte de la isla, de la que solo había escuchado que se enviaba braceros para cortar la caña. “Yo no quería quedá má. Pedí que me dieran de baja. El hospital militar no me lo da. Yo hice un machete para ir a Nueva York”. Y llegó.
Pero su petición de asilo político fue denegada en Estados Unidos. Sabiendo que si regresaba a Haití, donde era un desertor, no saldría con vida, el hoy doctor Joseph Cherubin, director del Centro de Salud Integral La Solidaridad, en Villa Mella, se quedó en Santo Domingo, donde sí pudo asilarse. Era 1985. Su capital, unos US$40.
El servicio de refugiados de Naciones Unidas (ACNUR) fue su salvación. Cherubin tiene historias como para llenar varios libros. Vivía el día a día y pagaba noche a noche su derecho a dormir en Petit Haití, en un hotel que aún se mantiene en pie: el Del Monte y Tejada. Una simple conversación con otro refugiado definió su destino.
El Movimiento Socio Cultural para los Trabajadores Haitianos (MOSTCHA) necesitaba un enfermero capaz de asistir al doctor Guillermo Rijo Cedeño y de traducir al creole. Ese fue su primer trabajo de RD$250 mensuales. Y es en MOSTCHA donde Cherubin sigue aún.
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