Estado, educación y prejuicios
Ramón Tejeda Read |
perspectivaciudadana.com | 25-10-2009
Si usted quiere palpar el poder de los prejuicios solamente mire los números anuales de feminicidios en la República Dominicana, para no ir más lejos.
Más de cien mujeres son asesinadas cada año por hombres que creen que hay seres humanos inferiores y que, por tal razón, deben estar sometidos al poderoso. Y así por años, por décadas, por siglos.
Los prejuicios son parte de un sentimiento antiguo. Atávico. Ancestral. Se tiñen de racismo, en un tiempo y, de no tener en la educación seria, científica, un valladar que los domine y los transforme, andando el tiempo se refinan y transmutan en ideología, en fanatismo, en nacionalismo o cualquier otro ismo de ésos que han costado millones de vidas y sufrimientos sin nombre al género humano.
De manera consciente y redomada han sido utilizados por los poderosos para reducir la autoestima de los dominados, despojarles de su humanidad y devaluar, en todos los sentidos de la palabra, lo único que, vaya ironía, produce riqueza: el trabajo.
(El trabajo, de esa manera, tiene un valor (muy alto, por cierto) cuando sirve para legitimar fortunas, pero muy bajo (cuanto más bajo, mejor) cuando es parte de los factores, o costos, de la producción).
El prejuicio busca todas las formas de justificación para explicarse y “legitimarse”. Sus “explicaciones” usualmente pueden teñirse tanto de religión como de política. El prejuicio étnico, por ejemplo, debidamente trabajado, refinado e inculcado por una propaganda poderosa, feroz e incesante, sirvió a Hitler para sentarse sobre una Alemania hambrienta y en crisis y aniquilar a millones de judíos. No ha mucho tiempo.
No tan lejos, Trujillo lo inoculó en todos los sentidos posibles a través de su Cartilla en las escuelas y, como Hitler, a través del poder, la propaganda y el terror lo utilizó como instrumento de dominio y despojo: miles de haitianos perdieron sus vidas y sus propiedades en 1937. Aquí, como en la Alemania nazi, las propiedades de “los inferiores” acrecentaban las riquezas de “los superiores”, que son siempre los poderosos.
La educación tiene la sagrada misión de colocar al ser humano por encima de los prejuicios. El Estado responsable tiene el sagrado deber de asumir políticas que no establezcan distingos o discrimen de ningún tipo entre los seres humanos.
Santo Domingo, 25 de octubre de 2009