Revolución dentro de la democracia: ¿Será posible? Caso Venezuela


LOS ENEMIGOS DE LA REVOLUCION LO SON DE LA DEMOCRACIA
Jorge Gómez Barata

El enfoque clasista de los procesos sociales, que es esencialmente correcto, cuando se exagera conduce a errores metodológicos como es el atribuir una maldad intrínseca a los instrumentos creados o usados para ejercer el poder; así ocurre entre otros con el dinero y el Estado y en grado superlativo con la democracia.
La democracia es una conquista de la cultura política occidental, surgida como parte de un proceso progresivo. Lo que el ideal democrático no pudo impedir fue que la burguesía del siglo XIX se apropiara de sus recursos y ventajas para establecer su dictadura, entonces conocida como capitalismo salvaje.

La burguesía no llegó al poder en Europa por elecciones sino forzando las murallas de castillos y palacios, decapitando monarcas y reinas, confiscando propiedades, desalojando campesinos, proletarizando a las mujeres y los niños. La imagen de que: "El capitalismo pisó la escena chorreando sangre por todos los poros", no es una metáfora.

Fue la resistencia y la beligerancia de los socialistas europeos que fundaron sindicatos y partidos obreros, organizaron huelgas y protestas, crearon la Asociación Internacional de Trabajadores, protagonizaron la Comuna de Paris, arrancaron conquistas como la jornada de ocho horas y lograron limitar el trabajo infantil y regular el femenino, quienes obligaron al capitalismo a moderarse, salvando la democracia.

De la percepción sobre el carácter de esos procesos, el pensamiento radical pasó a cuestionamientos que condujeron al repudio de la democracia y alimentaron la idea de ponerle fin. La pregunta nunca fue cómo hacerlo, sino cuál es el sucedáneo; cosa nunca resuelta.
Por los caminos de búsquedas y aproximaciones, surgieron corrientes como el anarquismo, que refutó toda idea de poder y de jerarquías y reclamó la abolición del Estado, el marxismo que preconiza la idea de que con el triunfo del socialismo, el Estado se extinguirá y presentó la fórmula de la dictadura del proletariado que no disfrutó de una capacidad de convocatoria sustantiva.

El descrédito sufrido por la democracia en Europa se multiplicó en el resto del mundo maltratado por la colonización que, de los monarcas pasó a las republicas parlamentarias.

Aquellos procesos explican por qué ciertas corrientes revolucionarias contemporáneas, entre ellas la Revolución Cubana, intentaron tomar distancia de las fórmulas al uso y, a falta de una respuesta, trataron de ejercer una democracia directa, esfuerzo que se sostuvo durante los 16 años que duró la llamada provisionalidad revolucionaria.

Más o menos en la misma etapa, como parte del desenvolvimiento de los movimientos de liberación nacional, desde el entorno afroasiático, donde no prosperaron las oligarquías, típicas de América Latina, se gestó lo que pareció ser una innovación del sistema político, basada en liderazgos auténticos ejercido por prestigiosos nacionalistas como: Nehru, Nasser, Sukarno, Sekou Toure, Nkruman, Lepolod Senghor y otros que intentaron introducir otros estilos de gobierno.

El experimento no progresó, muchos de aquellos líderes fueron depuestos o eliminados y los procesos que habían conducido resultaron absorbidos por el neocolonialismo. La India, donde se consolidó la democracia parlamentaria, pudiera ser considerada como la única excepción.
Particularmente en América Latina, todos los esfuerzos por democratizar las sociedades tropezaron con las deformaciones estructurales introducidas por siglos de colonización y dominación oligárquica que, entre otras cosas, impidieron que se desarrollaran instituciones civiles suficientemente fuertes, apegadas a la legalidad y eficientes como para, conservando su formato, rediseñar su funcionamiento como parte de nuevas estructuras del poder popular.

En ese orden de cosas, el presidente Hugo Chávez maniobró con talento y eficacia para, usando los métodos y las estructuras tradicionales, repetir la hazaña de Salvador Allende, arrebatarle el gobierno a la oligarquía y, usando los resortes del poder, impulsar una revolución.
Con vocación de liderazgo autentico, Chávez no asumió la opción de intentar una revolución exclusivamente desde arriba, sino que trabajó por integrar al pueblo a su proyecto, movilizarlo y concederles márgenes de protagonismo; a cambio, el pueblo venezolano lo respaldo consistentemente.

El modo como llegó al poder impuso a Chávez la obligación de respetar las reglas, cosa que ha hecho escrupulosamente, sin cejar en el empeño de evadir la trampa que entraña el sometimiento a las estructuras tradicionales. Su opción fue óptima: incrementar el protagonismo del pueblo devolviéndole el poder que la oligarquía había usurpado.

Ningún gobernante ha trabajado con tanta intensidad ni obtenido tantos éxitos en la renovación de las reglas del proceso político como Chávez que, con una actitud renovadora, prefirió resolver las grandes decisiones políticas mediante formulas de democracia directa. Ejemplo de ello son los referéndum revocatorios y más recientemente la consulta nacional para adoptar cambios constitucionales.

Si bien la primera causa del revés electoral radica en la enorme campaña política y mediática, interna y externa, en la movilización de la derecha y la oligarquía, en la agresividad norteamericana y en las maniobras y provocaciones que obligan a Chávez a contender en varios frentes a la vez, el hecho de que una parte del electorado se abstuviera y otra votara contra la idea, no descalcifica el método ni desmiente la intención, sino que sugiere que, en algún punto pueden haberse cometido errores, incurrido en omisiones o se exageraron las aspiraciones.

Haber quedado en minoría no resta prestigio ni debilita a Chávez, mientras que comportarse con la altura que lo ha hecho, refuerza su imagen, permitiéndole continuar con todos sus programas y metas, simultaneándolo con un proceso de reflexión que examine lo avanzado y ponga de manifiesto lo que es preciso corregir o perfeccionar. De lograr conciliar la revolución con la democracia, el proceso revolucionario bolivariano habrá levantado un paradigma.

El mundo debe estar alerta. El peligro no es Chávez sino la reacción y el imperio que pueden hacer lecturas erróneas, sobrestimar sus fuerzas y ceder a la tentación de sacar ventajas adicionales por métodos ilegítimos.

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