PUBLICADO EN LA SECCION FIRMAS DE CLAVE DIGITAL EL DIA martes, 18 de septiembre de 2007
LA PIEDRA EN EL ZAPATO
La discusión sobre el aborto
Nassef Perdomo Cordero - Abogado. Actualmente cursa estudios de doctorado en Derecho Constitucional
Llega un momento en la historia de todas las sociedades en e que se tienen que enfrentar a sí mismas. No en una lucha fraticida, sino en el sentido de mirarse al espejo con atención y decidir cuál es su identidad real. Se ve obligada a levantar el velo con que cubre sus hechos y verificar si son coherentes con sus dichos.
Si hace esto de manera sincera, es un momento de madurez que alcanza a todos los miembros de la sociedad de que se trate. Esa, creo, es lo que le ocurre en estos momentos a la sociedad dominicana. El tema del aborto nos ha obligado a pararnos delante de ese espejo.
Lo que determina que esto sea así no es lo controversial del tema, sino el efecto combinado de la hipocresía social que lo rodea y la sorpresiva libertad con que se está discutiendo.
Que somos hipócritas respecto al aborto no hay que explicarlo demasiado. Si abordáramos estas cosas de forma más seria tendríamos que admitir que son incompatibles una sociedad en la que supuestamente la inmensa mayoría se opone al aborto y una sociedad en la que se reportan (ojo, se reportan) casi 100,000 abortos al año.
Se puede ser una u otra, pero es imposible ser ambas. Lamentablemente, esa es la posición que hemos querido sostener. Hacer proclamas respecto a la “naturaleza criminal” del aborto mientras llevamos a cabo cerca de 250 abortos diarios. Entiéndase, diez por hora, uno cada seis minutos.
Pero lo que resulta verdaderamente importante (y, al margen del resultado final de las discusiones) es la forma en que se ha producido el debate.
Recuerdo que en una de las vistas públicas celebradas me comentaba alguien que se opone al derecho a abortar que él y sus compañeros estaban felices porque por primera vez se habían unido todos, sin importar credo ni secta, para hacer un esfuerzo conjunto. Me hablaba esperanzado de lo bien que veía el que católicos, protestantes, musulmanes y judíos dominicanos pudieran unirse en torno a un tema.
Respondí que hacía mal en alegrarse porque en el contexto dominicano esa unión particular no es una señal de fortaleza sino de debilidad.
Le expliqué que esa unión había sido fruto de la necesidad de unir fuerzas y que eso demuestra que su posición está muy debilitada porque hace apenas diez años ese tema (dada la fuerza de la Iglesia Católica) ni siquiera se discutía.
El que ahora tengan que aunar esfuerzos para hacer la contra dice mucho de lo que ha cambiado el panorama.
Como decía, independientemente del resultado del debate, veo todo esto como una señal de avance. Que los dominicanos estemos discutiendo un tema como este en la forma en que lo hemos estado haciendo es maravilloso.
Y eso vale para la posición de la mayoría de los participantes sin importar sus opiniones. Aunque no comparto su posición no dejo de admirar la convicción y preocupación con que muchos de los que se oponen el derecho al aborto intentan hacerse escuchar.
Ahora bien, este avance democrático no es bien visto por todos. Hay sectores de nuestra sociedad que están acostumbrados a que la suya sea palabra de Dios. Por eso se han tomado mal, muy mal, que este tema –que en su opinión no hay que discutir- esté sobre el tapete de la opinión pública. Lo que es peor, desesperan ante la posibilidad de que el resultado en el Congreso no sea el que esperan.
En vista de que los dominicanos estamos dando muestras de una –aparentemente negativa- capacidad de discutir públicamente temas importantes sin pedirles que nos guíen, se han dedicado a intentar boicotear el proceso. Dado que las cosas no cambiaron cuando “tronaron” desde sus principescos podios han decidido insultar a todo el que se les oponga.
De tontos, imbéciles, enfermos, charlatanes y vendidos no bajan a sus conciudadanos. Tanto así que han ofendido a potenciales aliados (entiéndase, muchos congresistas conservadores que se han sentido insultados por el simple hecho de hacer lo que es su trabajo: escuchar a los ciudadanos), haciendo más difícil su propia posición.
Reitero, el simple hecho de que estas cosas se estén discutiendo es ya un gran paso de avance. Lo que hace a un buen ciudadano es la capacidad de entrar en el juego democrático del intercambio de opiniones, respetando siempre el derecho de otros a hacer lo mismo desde posiciones encontradas a las suyas.
Ojalá que quienes hoy se sienten por encima de los demás acepten algún día que en un sistema democrático como el nuestro todos tenemos el mismo derecho a opinar.
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